Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Cuba, un dilema interminable

Corría 2014 en suelo cubano.

Dos lugareños, dos realidades, dos perfiles.

Dos exponentes de un país con una tremenda grieta ideológica, aún más grande que ese mar caribeño que separa a la Isla de la ostentosa Miami.

Dos hombres jóvenes, que hoy deben andar por los 35 años.

* * *

Adel, trabajador permanente, a toda hora, en un hotel all inclusive de la bellísima Varadero.

Con la versatilidad de un artista que se acomodaba, según la hora y las circunstancias, a un público con disímiles culturas, pero en general unánime en el elogio a lo que le ofrecía este bailarín-cantante-animador-barman. Y, si hacía falta, bañero también.

Anticastrista a ultranza, aseguraba por entonces que el régimen le había cortado sus sueños. Sensación que se le hacía carne día a día al mimetizarse y convivir con tanto turista extranjero.

Aún retumban aquellas palabras, en uno de sus pocos “recreos” en el complejo hotelero.

“Hay que vivir acá para darse cuenta de que nuestra vida, nuestras ilusiones, las de nuestros hijos, están y estarán recortadas por el dictador más cruel, y a la vez más millonario de todos. Ese es Fidel”.

* * *

Antonio hacía de remís. Desde el mismo hotel lo llamaban permanentemente para cubrir el recorrido Varadero-La Habana-Varadero. Aseguraba que le iba bien. Y que al igual que Adel, al que dijo no “tener el gusto” de conocer, su estándar de vida crecía en la medida que las propinas así se lo permitían.

Antonio tenía devoción por “el comandante”, por el Che, por la revolución cubana que tuvo su climax allá por 1959 cuando derrocó a Fulgencio Batista.

Su mujer se ganaba la vida como costurera y sentía que Cuba le iba a brindar a sus dos hijos, aún muy pequeños, la posibilidad de recibirse de profesionales en la Universidad.

“Cuba es un país pobre, con gente en general pobre, pero que puede darle a sus hijos un estudio universitario, salud de alta complejidad y andar por la calle, a cualquier hora y en cualquier lugar, sin drogas e inseguridad”.

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A los dos, uno los imaginó en estos días en medio del funeral multitudinario que se le tributó al mayor de los Castro.

Con sensaciones encontradas. Expresiones antagónicas.

En medio de una isla plagada de contradicciones.

De heridas que, quizás, nunca cicatrizarán del todo.

Con el único peso de la realidad.

Para unos, como Adel, indigna.

Para otros, según Antonio, la más digna de todas.