Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Misión imposible: bajar impuestos

La reforma impositiva viene marchando. Pero lo hace a un paso muy lento, exasperante para la mayoría de los empresarios. Los tiempos son claramente distintos. El ministerio de Hacienda está delineando un proyecto para presentarle a Mauricio Macri a mitad de año y luego enviarlo al Congreso recién en marzo del 2018. Pero el sector productivo pide una reducción de impuestos de inmediato para poder subsistir. “No sé entiende que haya que esperar otros dos años para ver algún cambio en materia fiscal”, se quejan en la Unión Industrial Argentina, pero en un reclamo que comparten las PYMES de todo el país y por supuesto también el sector comercial.

La explicación del Gobierno es que no quiere plantear una discusión de un tema medular para la Argentina en medio de una contienda electoral. Pero la realidad es otra: no queda margen para discutir o acelerar una reducción de impuestos en medio del elevadísimo déficit fiscal que arrastra la economía argentina. Este año el rojo fiscal se estipuló en 4,2% del PBI, nivel al que se podría llegar sólo gracias a los ingresos extraordinarios del impuesto especial del blanqueo. A eso hay que sumar otro 2,5% del PBI por el pago de intereses de la deuda y al menos otros 2% por los intereses de las Lebac emitidas por el Central.

El año que viene es aún más desafiante, ya que hay que bajar el rojo hasta 3,2% del Producto. Sin baja del gasto público y con una economía que todavía crece muy poco será más que desafiante conseguir la meta. La incógnita surge inmediatamente: ¿cómo hacer para achicar el déficit fiscal y al mismo tiempo bajar impuestos? Es el gran dilema que hoy carcome al equipo económico.

Se trata de un tema por demás sensible. Aunque todavía no hay ni siquiera un borrador, el ministro Nicolás Dujovne dio algunas pistas de lo que se está pensando: “Queremos reducir algunos impuestos que son distorsivos para la actividad empresaria, como Ingresos Brutos, y que sean reemplazados por otros gravámenes patrimoniales. Por ejemplo que las provincias cobren más por los inmuebles, ya que las valuaciones están todavía lejos de los niveles reales”. En otras palabras, bajar impuestos a la producción y aumentarlo sobre los bienes.

En otras palabras, aún aparece lejana la posibilidad de reducir la carga impositiva. Algo, en realidad, se hizo el año pasado. La disminución del impuesto a las Ganancias para los empleados en relación de dependencia y la eliminación o reducción de retenciones al sector agropecuario y la minería significó una fuerte pérdida de percepción de ingresos para el Estado. “El año pasado le devolvimos 2 puntos del PBI a la gente y las empresas”, explicó esta semana el titular del Banco Central, Federico Sturzenegger.

Pero hacia delante no está claro que esto se pueda mantener. “Me encantaría eliminar el impuesto al cheque, que es sumamente distorsivo de la actividad y además aumenta el incentivo para operar en negro. Pero hay un problema: hoy es el tercer impuesto en recaudación” se sinceró en un encuentro con empresarios el titular de AFIP, Alberto Abad. Sucede algo parecido con el IVA. La alícuota de 21% es muy alta, pero la idea sería reemplazar algunos puntos por un IVA provincial. Nadie habla, sin embargo, de avanzar con la baja de impuestos lista y llana.

Aparece en el horizonte otro tema polémico: la posibilidad de bajar el impuesto a las Ganancias para las empresas. La tasa del 35% está entre las más altas del mundo. Se trata de una estrategia que llevaron adelante la mayoría de los países europeos y que también propone Donald Trump para Estados Unidos. Nuevamente, el problema que se presenta es que este gravamen recauda muy poco en cabeza de individuos, al revés de lo que sucede en países desarrollados. Pero se trata de una medida clave para atraer inversiones, aunque difícilmente consiga la aprobación parlamentaria.

El otro problema de la reforma tributaria es en qué momento se aplicarían las modificaciones. Se descuenta que cualquier cambio será de implementación gradual y sus primeros efectos recién se sentirían en el 2019 y en muchos casos en el 2020.

Pero los tiempos políticos no tienen nada que ver con las necesidades de las empresas. En un contexto de actividad planchada y atraso cambiario, resulta imperioso empezar a encontrar alternativas para que en especial las PYME tengan la posibilidad de recuperarse y volverse más competitivos. Los pedidos empresarios apuntan cada vez menos a la suba del dólar (porque saben que inmediatamente se traslada a la inflación), sino a la necesidad de empezar a disminuír la carga tributaria.

También aparece la posibilidad de avanzar con un blanqueo laboral. Puede ser exitoso teniendo en cuenta que más del 35% de la gente está empleada en negro. Pero luego también se debe avanzar en un esquema que incentive la contratación de empleados en blanco, reduciendo los aportes patronales y disminuyendo el alto nivel de litigiosidad que existe hoy.

El ejemplo del campo debería alentar al Gobierno a avanzar en esa dirección. La eliminación de retenciones impulsó en forma espectacular la cosecha fina, al punto que reemplazó parte de los terrenos destinados a la soja al trigo y al maíz. En conclusión, aún luego de las inundaciones se espera una cosecha récord para este año.

Pero el zapato aprieta demasiado y nadie está dispuesto a jugársela, es decir a reducir en forma mucho más contundente los impuestos para reactivar la actividad. Pero será mucho más difícil conseguir una recuperación que se extienda en el tiempo con impuestos impagables.