Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Ruben Östlund, Robin Campillo, Agnes Varda y "problemas técnicos" en Cannes

Un sorpresivo fallo en la primera proyección de "Okja" sorprendió a todos.
Fotos: Reuters

   De nuevo con una multitud en la Croisette, un refuerzo de seguridad abrumador con uniformados armados hasta los dientes, y algunos "inconvenientes técnicos" menores para los que supone una infraestructura con estas dimensiones, la 70ma edición del Festival de Cannes sigue con sus proyecciones y al mismo tiempo generan polémica.

   En una muestra que se vanagloria de su mecanismo de relojería, el habitual retraso en el inicio de cada función por el control de todo metal que los que acceden al Palais lleven consigo, demora que también se da pero sin justificación en las conferencias de prensa, genera comentarios, pero un sorpresivo fallo técnico en la primera proyección de Okja, sorprendió a todos.

   El filme surcoreano con respaldo de Netflix que solo se verá en Francia por esa plataforma, generando reacciones en la cúpula del festival que ya modificó las reglas de participación para el 2018, sufrió un insólito corte de proyección durante aproximadamente un cuarto de hora, generando chiflidos y murmullos de todo color en la platea, y hasta se habló de "boicot".

   Hubo quienes atribuyeron el fallo a un complot, porque los nuevos proyectores 4Kde la sala técnicamente de las mejores, no tienen inconvenientes de este tipo, y este fue por demás inoportuno, no obstante el director Bong Joon Ho se lo tomó a broma, y dijo en la rueda de prensa que estando allí "me pareció curioso ver dos veces el primer acto de la película" tal como ocurrió.

   Las autoridades del festival emitieron un comunicado excusándose y disculpándose por el hecho, mientras la prensa local elogiaba esta historia de amistad "ecológica" y anti OGM, es decir los "organismos genéticamente modificados" para producir proteínas de interés nutritivo e industrial, como es el caso de este "Super Cerdo", que vale aclarar, no es el de Homero Simpson.

   Mientras en la sala de prensa del festival se seguía el efecto del "Netflixgate", Agnes Varda, el gran nombre femenino detrás de cámaras en la Nouvelle Vague de la década del 60, autora de Cléo de 5 a 7 y Sin techo ni ley se anticipaba a su 89 cumpleaños dentro de una semana, revelando su última opus, Visages, villages, codirigida por el fotógrafo, artista callejero y muralista J.R. un viaje por la Francia rural, en una presentación memorable.

   Okja en verdad fue el segundo filme surcoreano visto este año en la competencia de Cannes, ya que hace dos días, pero con poca presencia en los medios también se vio Geu-Hu ("El día después"), del muy bien definido como "autor" Hong Sang Soo, recordado por su retrospectiva en el Bafici de 2016, y por algunos de sus otras obras que son consideradas piezas de culto.

   En esta propuesta, la única en blanco y negro de la selección oficial, el autor de obras como Ha Ha Ha o En otro país, vuelve a su juego con los tiempos, en este caso la historia de un nuevo empleado de una pequeña editorial que es confundido por la celosa esposa del propietario.

   Ocurre que el joven reemplaza a su inmediata predecesora, amante del dueño de la empresa y es punto de partida a una trama en la que mucho tiene que ver con la idea del tiempo, una constante del director en toda su obra, que esta vez y a pesar de su impronta visual peca de monótona.

   Con el sábado llegaron a la muestra dos obras muy diferentes entre si, como The Square ("El cuadrado"), el esperado nuevo desafío del sueco Ruben Östlund aplaudido por su anterior Fuerza Mayor, y también la francesa 120 battements par minute ("120 latidos por minuto"), del debutante Robin Campillo, con Nahuel Pérez Biscayart y Arnaud Valois como figuras centrales.

   Östlund se mete esta vez en el curioso micromundo de los curadores de arte que buscan sorprender y marcar momentos culminantes con sus propuestas sin dar respiro, y es lo que le ocurre al protagonista de esta historia que tiene que ver con una instalación real del director con Kalle Boman en el Museo de Diseño de Vandalorum de Väramo, en 2015, una suerte de santuario humanitario rectangular y equilátero de pocos metros cuadrados dentro de una plaza adoquinada.

   Ese lugar simboliza el equilibrio entre derechos y obligaciones, con algunas consideraciones socráticas acerca de la búsqueda de justicia, como el contrato social y la ética.

   El director elige satirizar ese universo "de arte" que se explica con sofismas, que parece sacado de un relato de J.R. Baillard, así como el lenguaje que es usado en este mundo marcado a fuego por el márketing del diseño, en el que también tiene mucho que ver el arquitecto posmodernista Gert Wingardh, en la década del 80 autor del proyecto para el reciclaje del Palacio Real de Estocolmo, que sirve de locación virtual de este relato.

   A medida que la historia avanza, el discurso, tanto el oral como el visual, se complican y se aceleran en forma vertiginosa, hasta llegar un momento, casi al cumplirse dos horas de proyección (de las casi tres de duración total), en que se desencadena, y se confunde aún mas, como en una pesadilla producto de alguna alquimia alucinógena, que incluye una delirante performance.

   A fin de cuentas, lo que busca Östlund es burlarse de este mundo de lo artístico que pretende comprar justicia y sensibilidad invirtiendo fortunas en eso que llaman "arte", y al hacerlo solo consigue morderse la cola y dejar la sensación de que su obra, efectista y hasta revulsiva muy en el estilo del Dogma de Lars Von Trier y sus amigos, no es tan creativa como aparenta.

   120 battements par minute, la ópera prima de Robin Campillo, es un canto a la vida y a la lucha por sobrevivir a pesar del HIV y la falta de contención por parte del estado francés a principios de la década del 90, cuando la situación de quienes padecían ese síndrome de inmunodeficiencia estaban de hecho condenados a una muerte segura, y muchos de ellos dispuestos a darlo todo.

   En este grupo multitudinario se recorta la historia de Sean y el recién llegado Nathan -Arnaud Valois y Pérez Biscayart, respectivamente- uno más introvertido, el otro más exultante y dispuesto a pelearla hasta las últimas consecuencias, integrantes del Act-up París, un grupo que en el estilo de los combativos del Mayo Francés dos décadas antes salió al frente por sus derechos.

   Hay amor, hay pasión, hay lucha y por encima de todo la idea de que para conseguir lo que se desea es necesario dar combate, y que el mensaje no solo es válido por este tema puntual sino por todos esos otros que siguen necesitando a la gente como protagonista activa.

   En la conferencia de prensa, Campillo dijo "Para lograr que todo saliera lo más espontáneo posible, se dio vía libre a los actores de improvisar, cada escena se ensayó varias veces hasta que quedaba la mejor", idea en la que coincidieron Pérez Biscayart, Valois y Adéle Haenel, la tercera del grupo central, en este relato que tiene mucho lenguaje documental, a pesar de e ser una ficción.

   Si algo tiene este promisorio debut de Campillo, es su talento para contar una historia de lucha muchas veces contada pero siempre actual, y hacerlo con dos actores que le ponen todo su talento, como Pérez Biscayart y Arnaud, que tan bien transmiten amor, pasión y dolor.

   La noche del sábado no podía terminar de otra forma que con la proyección, en copia restaurada digital de Fiebre del sábado por la noche, un clásico de la década del 70 de John Badham, con John Travolta, en la playa de la Riviera, donde los más audaces seguramente bailarán al ritmo de los Bee Gees con Stayin'Alive, Night Fever, o Tavares con More Than a Woman, entre otros. (Télam)