Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Días de sentimientos encontrados

Seguramente le vendrá bien a Mauricio Macri tomar distancia por estas horas del rodeo propio y disfrutar algunas horas de la bellísima París y su arranque primaveral, antes de desembarcar por dos días en el Reino de Holanda, mini gira que hasta podría depararle algunas buenas noticias en materia de anuncios de inversiones.

Tal vez en los pocos ratos libres se permita reflexionar sobre la necesidad de poner orden en la interna de su gabinete, donde los políticos "de escuela" no paran de quejarse por los CEOs que todo lo miran desde la ecuación "cierra, no cierra". Y que hasta roza por algún costado el comando exclusivo de Marcos Peña. Tanto, que la semana que termina, en medio de fuertes rumores de renuncias, mandó a su vocero preferido a decirle a algunos periodistas que el jefe de Gabinete está "recontra confirmado".

Es posible que le quede tiempo para entender, si quiere, la razón por la que algunos en su propio patio trasero dicen que no siempre se trata del sistema de prueba y error. Sino de tozudez y caprichos. La orden a María Eugenia Vidal de no ceder en el conflicto docente tendría algo de eso, más allá de la razonable necesidad de evitar que un eventual aflojamiento dispare detrás una andanada de reclamos imposibles de atender.

Pero esa intransigencia para evitar que "me doblen el brazo" (frase textual que se le adjudica), por ahí le impide aceptar que entre un 18 y 20,5 % más ajustes por inflación no presagia un terremoto. La gobernadora intenta tímidamente acercarle para estudio el modelo cordobés, que acaba de cerrar en 19,5 % ajustable cada vez que se disparen los precios.

Macri se llevó para repasar algunos números, estadísticas, encuestas, breves textos con firma al pie de sus asesores, gurúes y filósofos, que suponen datos contrapuestos en sí mismos. Y que se resumiría en una línea breve de esos papeles: "en la macro vamos bien, en la micro vamos mal".

El problema primario radicaría en que esos grandes números de la carpeta "buena", fácilmente comprobables sin caer en falsos triunfalismos, configuran un efectivo aunque lento arranque de la economía con mirada de mediano y largo plazo. Ese crecimiento "por 20 años" con el que sueña el presidente y recita en sus discursos.

El primer problema es que la historia del último medio siglo demuestra dolorosamente que la Argentina es un país de coyuntura. Siempre atendiendo las urgencias y echándole la culpa a la herencia recibida.

En el caso puntual, cabría agregar que octubre está demasiado cerca y no es reiterativo recordar como lo hacen funcionarios políticos del gabinete que esa elección "no se puede perder".

Igual los números para entusiasmarse están ahí. Un arranque leve de la economía, la inflación todavía no domada pero que se mantiene por debajo del 2 %, el éxito del relanzamiento de los créditos hipotecarios y el impacto en la gente que -según registros de los bancos- salió a buscarlos en buen numero, además del ambicioso plan de viviendas que manejará Rogelio Frigerio. El interés por los préstamos refleja un aumento de la capacidad de pago por la recuperación del salario, y su traslado al consumo.

En Hacienda pronostican que en agosto, mes de las PASO, habrá un repunte real del 4-5 % de la economía. Crecieron las hipotecas, la venta de autos 0 kilómetro y la de maquinaria agrícola que toca cifras récord. Escenario ideal para el Gobierno, si se mira de dónde partió hace apenas 15 meses.

La carpeta “mala” que lleva Macri entrega otra mirada mucho menos optimista. El derrame de aquella mejoría macro, de los grandes números, sigue sin llegar a las clases menos favorecidas. Las encuestas le siguen dando mal, y a veces muy mal, al Gobierno en el ancho conurbano bonaerense donde conviven peronistas y kirchneristas por igual, todos con mayor o menor disimulo empeñados en hacerle la vida imposible.

Suma que el Gobierno no muestra que tenga la llave para salir de la encerrona de los paros y marchas, todas multitudinarias como las de los docentes, de la CGT y la del Día de la Memoria, que la izquierda y el cristinismo recalcitrante convirtió en un acto político contra el presidente.

No hay que mirar muy lejos para entender: Carolina Stanley se ha convertido en una repartidora de fondos y prebendas para calmar a los dirigentes piqueteros, de quienes sabe que al día siguiente le harán otra marcha y vendrán con nuevos reclamos. Extorsión lisa y llana, podría asegurarse a esta hora. Alcanzaría para la justificación, pero no para disimular que la gestión dirigida a los que menos tienen sigue con sus faltantes.

En medio de ese fárrago el Gobierno recibió con alivio la noticia que le llegó desde Tribunales acerca de que Claudio Bonadio no llevará a juicio oral este año a Cristina por la causa del dólar a futuro, la más "liviana" de todas.

Lo único que les faltaba, reflexionan en la Casa Rosada, es que la doctora se saliera con lo que andaba buscando: ser sentada en el banquillo antes de las elecciones, para declararse víctima de una conspiración jurídico-política con el propósito de proscribirla y evitar una descontada candidatura suya en la provincia.

Nada se ha escrito, puede ser un entusiasmo efímero.