Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

Se viene lo más duro de la campaña

El Gobierno sabe que la batalla electoral contra quienes quieren derrotarlo en octubre -y peor todavía, de ser posible forzarlo a que se vaya de la Casa Rosada antes de cumplir su mandato- recién comienza.

Paradojas de la política, los estrategas oficiales de la sede gubernamental reconocen que en algo coinciden con una de las proclamas del fuerte acto de las dos CTA del jueves en la Plaza de Mayo: el paro nacional de la CGT del 6 de abril no es el fin de un marzo a todo trapo en el que los sindicatos, los movimientos sindicales, los docentes y los grupos de izquierda, casi sin fisuras, le hicieron las mil y unas a un Gobierno que no siempre reacciona de la misma manera. O de la manera que algunos de sus socios esperan.

Un gobierno que sabe y acepta que la calle "nunca fue macrista". Es decir que nadie le moja la oreja al presidente cuando le enrostran que el oficialismo ha "perdido la calle". Nunca la tuvo, para ser sinceros. Porque no es su estilo, o porque el peronismo de todo pelaje y sus aliados de ahora y de antes hicieron un culto casi exclusivo de esa práctica. Al margen, dato siempre discutible, de que la respuesta oficial frente a este marzo de infierno entre paros, piquetes y movilizaciones sea apostar demasiado al discurso sobre las políticas de largo plazo.

Demasiado para el gusto de algunos integrantes de la coalición Cambiemos que miran con mucha más atención, y preocupación, el cortísimo plazo, antes que aquel horizonte de buenas ondas que suele desgranar Macri. El viernes entregó una pieza oratoria que sirve de muestra ante un grupo de jubilados en San Isidro.

El paro del próximo jueves, entonces, no es el final sino el principio de una andanada todavía más fuerte que preparan las centrales obreras y las CTA de Yasky y Micheli, con el concurso de los movimientos sociales como Barrios de Pie (que igual siguen pasando a pedir prebendas por el despacho de Carolina Stanley), con el objetivo de desgastar al Gobierno sin demasiado disimulo.

Hay dos ejemplos: la intransigencia de Baradel para aceptarle nada de lo que le ofrece Vidal, si bien el preceptor por un lado responde a la estrategia que le baja Cristina Fernández desde El Calafate o desde su escritorio del Instituto Patria, donde pasó mucho tiempo los últimos 15 días.

O la propia interna que debe afrontar para no perder el sindicato en manos de la matancera Romina del Pla. Y la arenga de Micheli en la Plaza amenazando que la lucha no va a cesar hasta que se caiga el plan económico.

Después buscó morigerar pero, ¿a quién le cabe duda de a qué se refería? No hay dobles lecturas ni deslices de una tarde acalorada: la política económica la fija el presidente. Y punto. Voltear el plan económico es voltear al Gobierno, razonan los que insisten con la existencia del plan desestabilizador.

Es cierto también que la economía viene a los tumbos, crece algo hoy y baja algo mañana. Por ahí también que el presidente abusa de su proclama según la cual la Argentina tiene que crecer 20 años seguidos para terminar con la pobreza y conseguir que haya empleo de calidad para todos. Sin reparar en el mientras tanto. Podría convenirse en que el Gobierno ha hecho cosas en estos 15 meses, que los créditos hipotecarios a 30 años o el nuevo plan Procrear rebosó de interesados a las pocas horas de haber sido lanzado. Y que en ese caso una vez más lo que falla en el macrismo es la comunicación.

El propio presidente, en una especie de mea culpa, reconoce que la "leve recuperación todavía no le ha llegado a muchos". El problema es que agosto, el mes de las PASO, está cada vez más cerca, y no hay garantías de que un "segundo semestre" venturoso llegue antes de esa fecha y alimente entonces a quienes dicen que en este tren el oficialismo puede perder la elección de octubre.

Las cifras del INDEC que ratifican que hay un millón y medio más de pobres en el último año y medio y que más del 30 % de los ciudadanos sigue debajo de esa línea cayó como un rayo en medio de ese panorama.

No es menos certero que, pese a esos faltantes y trabazones, Macri y su gobierno no se cansan de recibir favores del cristinismo recalcitrante, del sindicalismo repentinamente endurecido y de los movimientos sociales que no dejan de practicar el dudoso ejercicio de la extorsión. Las fotos de marzo, de kirchneristas impresentables con dirigentes sindicales que hasta diciembre estaban peleados a muerte y escondidos en alguna covacha para no cruzarse a Cristina, o los insultos de Bonafini y las amenazas de volar en pedazos la Casa Rosada, más la reivindicación de la guerrilla setentista en el acto del 24 de marzo, o las campañas tuiteras que promueven el "luche y vuela" son música para los oídos de los estrategas del presidente.

No los obnubila un ataque de imaginación ni un exceso de entusiasmo. Las encuestas en general dicen que la sociedad repudia todos esos procedimientos y que no quiere una vuelta al pasado. Protesta y se inquieta por el presente, pero prefiere tener un poco más de paciencia a la espera de que las cosas mejoren. Como dijo un veterano consultor que no trabaja para la Casa Rosada: "el mensaje violento del kirchnerismo y sus socios circunstanciales contra Macri no lo debilita, lo hace más fuerte".