Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Con cabezas llenas de ideas y las manos de buenas acciones

Un banco de pelucas para personas con cáncer, cursos gratuitos en distintos barrios y cortes “solidarios” para personas de escasos recursos son algunas de las actividades que realiza un grupo de mujeres a instancias de Stella Dinoto.
Fotos: Sebastián Cortés-La Nueva.

Cecilia Corradetti

ccorradetti@lanueva.com

Un poco por vocación, otro poco por necesidad y también en un intento de “escapar” de un padre autoritario, Stella Dinoto se volcó a la peluquería recién cumplidos los 18.

Era la misma de hoy, tal vez sin un camino recorrido pero con idénticas convicciones. Porque Stella es, sencillamente, una auténtica “topadora de espíritu solidario” que va hacia adelante sin prisa ni pausa.

Fue esa misma fuerza la que la llevó a pensar en dictar clases casi sin cobrar, en su pequeño instituto. Podía percibir, entre las muchas mujeres que se le acercaban, la necesidad de aprender un oficio, de lograr una salida laboral.

Así, su trabajo se volvió cada vez más abarcativo. Corrió “mucha agua debajo del puente” y hoy es una referente indiscutible en la materia, en parte por haber creado el único banco de pelucas artesanal y de cabello natural del país.

Le brotan las anécdotas, la mayoría gratificantes.

“Un día le coloqué una peluca a una mujer enferma que llegó con su hijito, que no dejaba de llorar. Angustiada, temerosa, me consultó si podía dormir con la peluca y admitió que no quería mirarse en el espejo”, evoca.

Stella respondió fiel a su estilo: “Hacé lo que te haga sentir bien. Bañate con la peluca, si querés. Y volvé cuando se destruya”.

Tiempo después, ya recuperada, la paciente devolvió aquel “elemento” salvador y confesó que jamás se había visto pelada.

Otra enferma pidió absoluta reserva. “Quiero que nadie se entere”, pidió. Tan natural quedó, que cuando su cabello comenzó a crecer se animó a devolverla.

“Todos en su trabajo le preguntaban por qué se había hecho semejante cambio de look”, ríe.

En otra oportunidad viajó con su esposo en un viejo Fiat 147 rumbo a un paraje del sur rionegrino para llevarle su cabellera a una nena aborigen con un raro trastorno que le impide el crecimiento del cabello.

“Fue muy emocionante el momento en que la recibió. Tiempo después se le había estropeado, necesitaba una nueva peluca para su comunión y no teníamos manera de trasladarla”, relata.

Fue así que un taxista ofreció conducir y cobrar sólo el combustible, que donó un ex funcionario municipal.

“Fue otro viaje emotivo y felicísimo. Llegamos un rato antes de la ceremonia. El papá de la nena no tenía palabras de agradecimiento: nos obsequió una pata de cordero, lo único que tenía, según nos dijo”, rememora.

Los inicios

En 2009 Stella decidió acudir a la municipalidad y proponer la idea de dictar cursos gratuitos en los barrios. Usó poco protocolo y, en cambio, palabras sencillas y directas que le abrieron las puertas como en efecto dominó.

Nadie podía dudar de sus buenas intenciones. Pero casi no había recursos. Hubo que comenzar de cero.

—¿Cómo fue?

—Me llevaron a la secretaría de la Juventud y empecé como tallerista. Comenzamos dando clases en Maldonado, Villa Bordeu y barrio El Sol. La repercusión fue inmediata. La “muni” entregaba sus certificados y yo puse en servicio los propios. La pasábamos bien. Cuando las chicas comenzaron a egresar me pedían seguir y fue así como se me ocurrió salir a cortar el pelo a los barrios. El inicio fue en Spurr.

—¿Una práctica o un acto solidario?

—Las dos cosas. Fue tanto el trabajo y el impacto de la idea que más tarde llegaron los desfiles, la “exhibición” de lo que hacíamos. Se armó sin querer un grupo hermoso de voluntarias.

—¿Cómo surge Peluqueras en Acción?

—Era la época de “Policías en Acción” e imitamos aquel nombre tan real porque no parábamos de trabajar. Desde los barrios solicitaban clases y así recorrimos Stella Maris, Villa Miramar, 9 de Noviembre, 5 de abril, Villa Parodi, El Nacional, Villa Harding Green. Hacíamos cuatro barrios por día, algo así como 20 por semana. La idea se agrandó y el proyecto se transformó en abarcativo.

—¿Cómo surge el banco de pelucas?

—Empecé a encontrarme con muchas mujeres con pañuelos o turbantes. Mujeres con cáncer. Casualmente un tiempo atrás había acompañado a una amiga enferma a Buenos Aires para comprar una peluca. La elegimos, se la coloqué, y antes debí pelarla. Me juré que nunca más lo haría: volví a casa devastada.

“Las pelucas no tienen como destino únicamente a mujeres con cáncer. Hay distintos trastornos, como alopecia severa o tricoptilomanía, es decir, gente que se arranca el pelo. Yo lo había estudiado, pero hoy lo puedo palpar de cerca.

—¿Pudieron armar enseguida un stock?

—Primero volví a plantearlo en el municipio. No olvidemos que en los años 80 muchísimas mujeres usaban pelucas. La idea era pedir donaciones, acondicionarlas y ofrecerlas para quienes no pudieran comprarlas. Lanzamos el proyecto a la prensa y, nuevamente, logramos un resultado increíble entre la gente. Empezaron a “llover” pelucas.

—¿Cómo siguió la historia?

—Fue muy lindo comprobar la solidaridad de los bahienses, pero las pelucas no quedaban como deseábamos, eran muy antiguas y no se amoldaban al estilo de las mujeres que las necesitaban. Hay que tener en cuenta que muchas no quieren que la gente se entere.

—¿Entonces?

—Surgió la necesidad de elaborar pelucas artesanales. Una voluntaria me acercó un bastidor y empezamos a entretejer con cabello natural. Una sola vez había hecho un postizo con pelo de chivo para una competencia. Fue un verdadero aprendizaje.

—¿Observa un crecimiento de mujeres con cáncer?

—Lamentablemente sí. Pero estamos felices de absorber la demanda. El primer año hicimos 50; el segundo, 120 y hoy 400. Los mismos oncólogos nos mandan a las pacientes. Solemos calcular el inicio del tratamiento y finalizamos la tarea justo cuando empieza a caerse el pelo.M i experiencia comenzó el 19 de septiembre de 2016 cuando me mencionaron a Stella Dinoto y supe la labor que realizaba con personas que se sometían a quimioterapia. Yo estaba en tratamiento precisamente en ese momento y no dudé un instante en ir a verla”, contó Mónica San Martín.

“Acudí con la idea de tener mi peluca en un tiempo, alrededor de un mes, pero grande fue mi sorpresa cuando Stella me pidió que regresara en ¡dos días! para colocarme una que coincidía con mi color de pelo”, evocó, sonriente.

“¡Qué alegría! ¡Volvía a tener cabello! No sé cómo le afectará a otras mujeres, pero a mí me angustiaba mucho la pérdida del pelo. Estas hermosas mujeres de `Peluqueras en Acción' me devolvieron la confianza en mí misma sin pedirme nada a cambio”, relató.

“Es por eso que apoyo a este impecable grupo de voluntarias; mi hija y muchas amigas han tomado conciencia de la importancia de donar cabello: con poco pelo estas `genias` hacen maravillas. Toda mi admiración y respeto por Stella y su grupo de colaboradoras”, concluyó Mónica, con gratitud.

P or su parte, Verónica Martín, amiga de una mujer a la que le diagnosticaron cáncer, también sostuvo que el trabajo es “maravilloso”.

“Yo no recibí una peluca pero soy donante de cabello y colaboradora en la campaña de socios. Conocimos esta maravillosa labor debido que a una amiga de la familia perdió el pelo con el tratamiento”, relató.

“Fuimos a esta entidad y le colocaron una hermosa peluca que le permitió sobrellevar la enfermedad con mucha más fuerza y confianza”, dijo.

“Mi más profundo agradecimiento a esas maravillosas mujeres que dedican su tiempo para ayudar a estos pacientes”, finalizó.

Un trabajo “fino” con kilos y kilos de cabello natural

Consolidada la idea del banco de pelucas artesanales de cabello natural, Stella no dudó en seguir pidiendo ayuda a la comunidad.

“Hoy contamos con 250 kilogramos de pelo. Nos llega cabello todos los días. Es un círculo aceitado”, grafica y advierte con orgullo que, de los cuatro bancos de la Argentina, el único artesanal y precursor es el que funciona en la sede de Güemes 222 de nuestra ciudad. Otros municipios han tomado esa idea y eso representa un “halago”.

“Nuestras pelucas respetan el estilo, el color y la cantidad de pelo de la persona que la necesita y están hechas a mano. Una cortina de 20 centímetros lleva casi dos horas. Se requiere habilidad”, sintetiza.

Siempre con la colaboración de un grupo de voluntarias, se han fabricado hasta el momento 680 pelucas con distintos destinos, independientemente de la situación económica de quien la recibe.

“En un principio habíamos apuntado a las que menos tienen, pero también hay que entender a quienes pueden y a la vez les cuesta pagar entre 10 y 17 mil pesos. Además, finalizado el tratamiento el cabello vuelve a crecer y la mayoría las devuelve”, reflexiona.

“¿Cobrarlas? Jamás. Perderíamos la esencia del proyecto. A veces dejan una donación, porque nosotros nos hacemos cargo de todos los gastos, pero eso es muy distinto”, aclara.

De 8 a 18 Stella está firme en la sede de Güemes al 200, donde, más allá del banco de pelucas, se dicta peluquería a unas 500 personas.

“Tuvimos que dividir el año en dos y admitir 250 en cada mitad. Tenemos 70 alumnas por día”, cuenta.