Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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“Debí pelear con lo que me ha tocado”

Una actitud positiva frente a la adversidad, confiesa este agrónomo bahiense de 54 años, lo ayudó a sobrellevar un accidente automovilístico que desde 1979 lo dejó en silla de ruedas.
“Debí pelear con lo que me ha tocado”. Domingo. La Nueva. Bahía Blanca

Cecilia Corradetti

ccorradetti@lanueva.com

Andoni Irazusta ya no sueña con caminar.

Lo soñó durante años, desde aquel fatídico 30 de diciembre de 1979, cuando la Ford F 100 en la que viajaba volcó y su vida cambió para siempre.

Lejos de la silla de ruedas que lo acompaña desde hace casi cuatro décadas, y en una cancha de rugby. Así solía soñar “El gordo” poco después de aquella pesadilla que a los 17 lo dejó parapléjico.

De viajar a Monte Hermoso “sólo para pasar un rato”, junto a un amigo y dos de sus hermanos, pasó a despertarse en un hospital sin poder mover las piernas. Jamás le comunicaron cómo iba a transcurrir su vida de allí en más. Simplemente el tiempo le dio la certeza.

--Que haya sido un proceso gradual y no una noticia ¿ayudó a sobrellevar mejor el hecho de saber que no volvería a caminar?

--Posiblemente, porque, por entonces, la expectativa estaba. De todos modos hubo algo clave: mis amigos de toda la vida, mi familia. Fueron un pilar. Tres veces me enfrenté con un psicólogo hasta que sentí que no lo necesitaba. Tenía una enorme contención afuera.

--Empecemos de atrás hacia adelante ¿Qué reflexión hace de su vida?

--Debí pelear con lo que me tocó. No me hace sentir superior el haber dado batalla y, de hecho, hay gente a la que le suceden situaciones más difíciles. Soy de mirar el vaso lleno antes que el vacío y trato de disfrutar el día a día sin pensar en lo que vendrá.

--Su hermano Iñaki conducía la camioneta al momento de volcar ¿Alguna vez se lo ha reprochado?

--Nunca. Es más: era él quien sintió culpa muchos años. Le costó superar verme en la silla de ruedas y, además, su amigo murió en aquel episodio ¡Qué ironía! Hace cinco años Iñaki falleció en un accidente.

--¿Cómo hizo para retomar su rutina una vez que fue dado de alta?

--Regresé a Bahía después de haber permanecido dos meses internado en Buenos Aires. Debía rendir dos materias para pasar a quinto año en el colegio Don Bosco. Pude estudiar y rendir. Incluso recuerdo que uno de los profesores me dijo que nunca había logrado tanto de mí...

“Pude sortear el último año de la secundaria, pero, claro, el colegio no estaba preparado y tampoco la ciudad. Yo, que antes del accidente no conocía una silla de ruedas, descubrí un mundo nuevo repleto de limitaciones.

--¿Sentía que los demás le tenían lástima?

--No. Tal vez porque no me victimicé, sino que lo naturalicé. Es más: solíamos reírnos porque en el colegio siempre eran 10 para ayudarme a subir los dos pisos de escalera. Todo, con tal de perder tiempo y entrar más tarde al aula...

--¿Se sentía una “carga”?

--Dos o tres veces les he dicho a mis amigos que prefería no salir al boliche para evitar, justamente, eso. Nunca me hicieron caso. Íbamos todos o ninguno. Una noche me encontré moviendo la silla en medio de la pista. Nunca me he sentido distinto.

--¿Qué fue, entonces, lo que más le costó de su condición?

--Lo peor fue estar de la línea de la cancha para afuera. Jugaba al rugby en el club El Nacional y soñaba con llegar alto. Entrenaba mucho y se me cortó. Eso es algo que me quedó en el camino. El resto me lo “banqué”. Enseguida tuve un auto adaptado y logré independizarme. Cuando quise acordarme habían pasado muchos años.

--¿Cómo fue su paso por la universidad?

--Como la de cualquier estudiante que demora un poco más en lograr el título. Un poco por la rehabilitación, otro tanto por “vago”. Cursé en la avenida Alem, en un edificio que no estaba adaptado, necesité ayuda toda la carrera para subir. A veces antes de salir llamaba por teléfono al “Ruso”, un amigo que vivía cerca, para que me esperara en la puerta. En cuanto a los profesores, ninguno me trató con privilegios.

--¿Se siente dependiente en la vida diaria?

--No. No me creo Superman, pero me manejo de manera autónoma.

--¿Cómo le fue con el amor?

--Tuve novias, intentos y fracasos, como todos. Hasta que, a mediados de los 90, conocí a Silvina, amiga de mi cuñada y profesora de guitarra. Empezamos a charlar y hasta llegué a tomar clases con ella. Nos casamos en 1999, en un año muy particular: económicamente fue el más duro para mí porque la empresa quebró. Y desde el punto de vista deportivo fue el mejor: fui al Panamericano de básquet en silla de ruedas. Cuatro años después nació Lander, nuestro hijo.

--¿Qué le suele enseñar a su hijo?

--Que la vida es, ni más ni menos, que una cuestión de actitud.

La lluvia, el destino y el el después

Los Irazusta habían frenado la cosecha de trigo en el campo que habían arrendado en La Vitícola obligados por la lluvia.

Era 30 de diciembre de 1979 y Andoni, junto a sus hermanos Iñaki y Mikel y su amigo Miguel Arrechea, todos menores de 20 años, decidieron viajar a Bahía Blanca en la Ford F 100 recién retirada de la concesionaria.

“Acá no pasaba nada. Emprendimos la marcha rumbo a Monte Hermoso, un poco como excusa: la camioneta era nueva y había que probarla”, recuerda.

En la rotonda que conduce a Punta Alta el vehículo “mordió” la banquina y dio varios vuelcos. Miguel murió horas más tarde. Iñaki y Mikel sufrieron heridas leves.

“Me desperté en el Hospital Naval Puerto Belgrano sin tener idea de lo que había sucedido. Pocos días después fui derivado a Buenos Aires”, recuerda.

Allí comenzó otro capítulo inolvidable: la entrega e incondicionalidad de sus amigos.

“Tengo miles de anécdotas. El 'Ruso' Köhler, por ejemplo, se instaló en Buenos Aires, en casa de una tía, para estar cerca. Tomaba dos subtes por día para acompañarme todas las tardes”, rememora.

“Pablo Fidani, amigo desde el jardín de infantes, vacacionaba en Punta del Este y dejó todo para estar conmigo. Son cosas que uno no olvida, porque tenían la mejor edad para estar en otro lado, no en un hospital. Hoy seguimos inseparables. Las peñas de los viernes son sagradas”, reflexiona.

Poco tiempo después de su nueva condición, Andoni fue convocado en IREL por Elvio Harguindeguy para jugar al básquet en D.U.Ba, una institución dedicada al desarrollo deportivo y social de personas con discapacidad, en Bahía Blanca y la zona.

Allí, según relata, pudo canalizar ese vacío que sentía cada vez que miraba un partido.

“Jugué años y estuve en la comisión directiva. Hace poco me lesioné el hombro y tuve que dejar, pero D.U.Ba me dio una gran oportunidad que yo intento retribuir todos los días contagiando a los demás a que se sumen”, señala.

Las “barreras” que fue descubriendo a cada paso luego del episodio

Cuando Andoni Irazusta se subió por primera vez a la silla de ruedas pudo comprobar que la ciudad no estaba preparada para él.

“Hoy está mejor, pero falta mucho todavía”, sostiene y agrega: “No pretendemos una atención especial, sino las herramientas adecuadas para tener la misma posibilidad que el resto, ascensores, rampas...”, expresa.

“Hay cuestiones que todavía no pueden entenderse, como los bares o restaurantes que tienen su baño en el piso superior”, detalla.

“Las personas con capacidades diferentes necesitamos un equilibrio para acceder”, insiste.

Es decir: ni una ciudad a disposición, ni barreras en todos lados”, insiste.