Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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La coima siempre es un delito

Uno de los grandes males que a lo largo del tiempo ha verificado la historia argentina es la práctica de la coima, el pago con dinero, regalos u otros elementos que realiza una parte para obtener ciertos beneficios de otra.

La justicia lo tipifica como delito cuando quien la acepta es un funcionario público que actúa en perjuicio del patrimonio estatal.

La coima es un mal que ya penaban los romanos y se puede aceptar que no es exclusivo de nuestro país, desde el momento que se han verificado decenas de casos donde quienes otorgan esas dádivas son empresas extranjeras, multinacionales, con sus casas centrales en países del primer mundo.

En la década del 30, el gobierno nacional construyó un monumental edificio en la avenida 9 de Julio y Belgrano, de la Capital Federal, sede del Ministerio de Obras Públicas (hoy del ministerio de Salud).

En sus esquinas -a la altura del segundo piso-, se ubican dos estatuas realizadas por el escultor Troiano Troiani, las cuales simbolizan el pago de coimas, al mostrar a una persona con su mano abierta, extendida hacia atrás, esperando el dinero indebido.

Hace algunas semanas, Aníbal Fernández, quien ocupara cargos en los gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández como secretario, vocero, jefe de gabinete y ministro, se refirió a los nueve millones de dólares que intentó esconder en un convento quien fuera su compañero de gobierno, el ingeniero José López, secretario de Obras Públicas de Cristina.

Así como en su momento Fernández adhirió al concepto de que la inseguridad era “una sensación” o supo tratar al fallecido fiscal Alberto Nisman de “turro sinvergüenza”, se despachó ahora mencionando que el dinero que deviene del pago de coimas “no es robado”.

La coima es, según la Real Academia, “una dádiva con la que se soborna”.

Sobornar es dar “regalos” para conseguir algo “de forma ilícita”.

Que aníbal Fernández señale que quedarse con dinero de soborno no es robar da una pauta de la manera de pensar y actuar de ciertos personajes.

Pese a que no le guste el mote, “la Morsa” dio prueba de la liviandad ética que rige la conciencia de demasiados políticos.