Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Ramona y Alicia, juntas otra vez

Nadie tiene derecho a ocultar orígenes, a creer que la verdad puede ser más perjudicial que una mentira.

Las historias de vida, aquellas que no siempre son noticia, tienen muchas veces la fuerza necesaria para convertirse en verdaderas enseñanzas de cómo el empeño, la voluntad y la necesidad de encontrar respuestas puede conducir a finales felices.

Es el caso de la historia publicada por este diario en su edición del último 16 de julio, la cual da cuenta del encuentro entre Ramona y su hija, Alicia, 43 años después de que una decisión ajena a ambas las separó de manera drástica y dramática.

Alicia nació en 1974. Ramona, su mamá, tenía 15 años. Fue el padre de Ramona, el abuelo de Alicia, quien apenas ocurrido el nacimiento tomó la censurable decisión de entregar (vender) a la recién nacida, de espaldas a su hija, con la complicidad de personas que avalaron su conducta y facilitaron su entrega en adopción. Ramona nunca pudo encontrar una respuesta de su padre sobre qué había sucedido con su hija.

Lo cierto es que Ramona creció, formó una familia y tuvo seis hijos, ninguno de los cuales alcanzó a cubrir el vacío que siempre sintió por esa hija arrancada de su vida. Por eso cada fin de año en particular lloraba casi sin consuelo, angustiada además por la incertidumbre de saber qué suerte había corrido.

Pero la historia tuvo un giro crucial cuando Alicia supo, de boca de un familiar, y siendo ya adolescente, su condición de hija adoptiva. Allí debió sufrir otra mentira, esta vez por parte de sus padres adoptivos: “Te dejaron tirada en el hospital”. Más allá de la tristeza y el dolor de semejante situación, Alicia comenzó la búsqueda de datos para tratar de conocer su verdadero origen.

No fue una tarea sencilla. Pero finalmente, este año, un teléfono sonó en una vivienda de Monte Hermoso. Ramona, aquella adolescente ahora de 68 años de edad, pudo escuchar la voz de su hija, que la llamaba desde Pedro Luro, su lugar de residencia. Horas después, un abrazo cuya calidez es imposible trasmitir con palabras cerraba (y abría) esta historia.

Las mentiras habían terminado. Las historias mal contadas y los silencios había ya causado demasiado daño. Vidas enteras desarrolladas detrás de secretos y culpas. Nadie tiene derecho a ocultar orígenes, a creer que la verdad puede ser más perjudicial que una mentira injusta.

Nada más simple que jugar con la verdad, nada más oscuro y desleal que vivir en una mentira.