Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Vulnerabilidad y adicciones viajan por el mismo camino

El año pasado se asistió a 2.200 familias con menores en situación extrema.
Fotos: Pablo Presti-La Nueva.

Por Pablo Andrés Pascual / ppascual@lanueva.com

y Claudio Rodríguez Kiser / crodriguez@lanueva.com

La muerte de un adolescente de 15 años en Ingeniero White fue otro baño de dura realidad para los bahienses.

El flagelo de las drogas, y la forma en que particularmente afecta a los más chicos, quedó una vez más al descubierto.

La vulnerabilidad de algunos jóvenes generalmente es más visible que los esfuerzos y padecimientos de su círculo íntimo familiar en busca de ayudarlos a “salir”.

Y también es más visible que la postura de aquellos padres indiferentes o violentos que los maltratan.

Los servicios locales asistieron el año pasado a 2.200 familias con menores en situación extrema.

Ese número viene creciendo y supera claramente la media de la última década, en la cual se iniciaron unos 10 mil legajos, a razón de mil por año.

Y no solo en la periferia, también en el Centro y sector Norte.

El panorama es complejo y difícil de diagnosticar a partir de la multicausalidad del problema.

La edad, las malas compañías, la falta de amor y de padres “presentes” o la ausencia de un proyecto de vida son algunas de esas razones.

“Uno quiere ayuda en forma urgente. Queremos que salga enseguida de algo que le está haciendo daño”, afirma Christian, quien hace 4 años “descubrió” que su hijo de 16 tenía problemas con el consumo de sustancias.

“Veíamos (con su mujer) cambios en su conducta, pero no sabíamos exactamente a qué se debía. La adolescencia es una edad complicada y no estábamos seguros. Después empezamos a sacar cuentas y nos enteramos de que hacía unos meses que estaba consumiendo”.

También reconoce que el desconcierto es muy grande. Igual que la necesidad de ayuda.

“Mi hijo arrancó fumando cigarrillos comunes y después pasó a la marihuana combinada con alcohol los fines de semanas”, detalla.

¿Cómo avanzar? El dilema de este hombre y de muchos padres.

“Uno está muy desorientado. Se da cuenta de que es algo malo lo que está pasando, pero no sabe exactamente a qué se enfrenta. Uno puede escuchar muchas cosas, pero vivirlo es distinto”.

“Él pudo (por el chico) decir lo que le pasaba cuando las evidencias ya eran contundentes y los presionábamos, en el buen sentido, para saber qué estaba pasando”, continúa.

Admite que la sensación de culpa es dolorosa e impactante en un principio, aunque con el tiempo logró entender que no lo ayudaba para nada.

La “carga” que se siente es prácticamente insostenible. “La mochila es pesada”, reconoce Christian.

“Me lo planteé y creo que se lo plantean todos los padres que conocí. Uno se pregunta en qué falló y porqué pasó eso en la familia”, argumenta.

Esa es una etapa inevitable, hasta que “aprendés” que en nada ayuda esa carga.

“Sí está bien aceptar las responsabilidades, que no es lo mismo. Yo soy responsable de la educación de mi hijo, pero ellos son los que deciden y tienen el destino en sus manos”.

Christian entendió que no debía quedarse lamentando el presente y debía tomar las riendas del caso para ayudarlo.

“Esto fue en abril de 2013. Estaba shockeado y no sabía para dónde ir. Salió una nota en el diario de la Escuela para Padres, que son talleres que se dan en la ONG La Misión, me interesó y concurrí”.

Aquel día llegó tarde a la reunión y debió presentarse adelante de todos. Estuvo a punto de salir corriendo pero, por fortuna, no lo hizo.

“Recibí información que me ayudó mucho. Tengo otros hijos y también colabora para prevenir y corregir las cosas que se hicieron mal. Nos dan pequeñas herramientas para poder trabajar con los chicos y saber cómo actuar”.

Experiencias coincidentes

Durante los talleres, Christian se encontró con otras experiencias que coincidían con su relato.

“Todos pasamos por tópicos clásicos de lo que es consumo en adolescentes, qué son los accidentes de tránsito, verse involucrados en algún tipo de robo, problemas de conducta o peleas con familiares y amigos”.

También se planteó cómo posicionarse frente a un chico que no comprende la gravedad de la situación que atraviesa.

“Está la no aceptación de un problema, el decir 'lo manejo' o 'esto me hace bien'. No le dan importancia o no lo toman como un problema”, explica.

“Entre todos nos ayudamos, aprendemos, nos sentimos acompañados en una vivencia en común. También es sumamente importante la espiritualidad, porque considero que la única manera de salir de esto es a través de Cristo”.

Por último, Christian grafica de una manera contundente la forma en que la problemática afecta al joven y a todo su entorno.

“La droga es como un iceberg, donde es la punta que puede verse. Abajo, ocultas, están todas las circunstancias que llevaron a esa persona a consumir.

“Primero ataca a la persona, luego a una parte o a todo el contexto de la familia y, por último, a la sociedad en su conjunto”.

Una escuela para padres

El Centro La Misión es una ONG bahiense que desde 1999 viene trabajando en la prevención, asistencia y capacitación sobre problemáticas sociales relacionadas con las adicciones.

El grupo tiene un programa denominado “Escuela para Padres”, que articula diferentes talleres y brinda a las familias herramientas para actuar.

Brenda Roldán, quien participa desde hace 4 años en la entidad y coordina las actividades, asegura que “cuando una persona consume no le podemos echar la culpa a un solo factor, porque el problema es multicausal. Es un combo de situaciones”.

Explica que en nuestra ciudad no abundan los organismos para trabajar con las familias.

“No les damos una receta rápida para que el chico salga de las drogas, porque eso no existe. Lo que sí hacemos es fortalecer a los padres para ese proceso. En algunas situaciones, gracias al cambio de actitud, el joven se apoya en ellos para buscar una salida”.

Brenda considera que esa es la clave. Y que en algún momento “el hijo va querer volver, va a pedirles ayuda y tienen que estar disponibles”.

Destaca, como Christian, que la actividad grupal no solo se basa en la educación de las emociones y la contención grupal, sino también en la faceta espiritual.

--¿Qué emociones experimentan los padres al descubrir que sus hijos se drogan?

--Sienten enojo, decepción, culpa y angustia. Llegan en un estado de desesperación a querer solucionar las cosas ya. Como es un proceso hasta que la persona se hace adicta, lo mismo ocurre para salir de ese lugar”.

Indicó que en la actualidad el inicio de los chicos en la droga es más temprano.

Por otra parte, comentó que de acuerdo a una estadística que llevaron adelante “la persona que viene a buscando ayuda supera los 30 años. Es como que a esa edad toman conciencia. Los padres que vienen buscando herramientas para apoyar a su hijo superan los 50”.

Explicó que el grupo también cuenta con la participación de un psicólogo, un abogado y acompañantes.

Finalmente aseguró que “para caer en una adicción hay otro problema de fondo muy importante y tratamos de actuar sobre las multicausas que provocan la caída. Es más importante atacar el problema de base”.

“No se debe a un solo nivel social”

Gimena Maricic, directora del Servicio Local, confirma que durante 2016 se abrieron 2.200 legajos de familias entre los cuales hay, al menos, un niño o adolescente con derechos vulnerados.

“Como nuestros legajos permanecen abiertos contamos con un estimativo. Tenemos muchos, aunque durante el año pasado tuvimos 2.200 familias, que pueden ser más los niños en esa condición”, cuenta.

“Desde el ingreso del sistema, en 2007, hasta hoy, tenemos abiertos alrededor de 10 mil legajos”, amplía.

Maricic sostiene que a partir de los 18 años son otros los programas que continúan con la intervención y ratifica que los derechos vulnerados han crecido en la ciudad.

“Hemos recibido un aumento, aunque las problemáticas no se deben a un nivel social. Nosotros contamos con dos sectores, como Norte y Centro, que no están en la periferia de la ciudad, aunque son, después de Noroeste y Las Villas, donde mayor cantidad de casos encontramos”, detalla.

El Servicio Local -no es un organismo penal- lo integran equipos interdisciplinarios en distintas zonas, que trabajan de manera directa o indirecta, porque muchas veces lo hacen a través de programas o dispositivos.

Cuenta con 11 equipos técnicos integrados por un trabajador social, un psicólogo y un abogado.

Funcionan en Villa Harding Green, Noroeste (2), General Cerri/Cabildo, Centro, Villa Rosas (2), Las Villas Este, Las Villas Oeste e Ingeniero White.

La mayoría de las demandas provienen de las escuelas, de las comisarías, de la Fiscalía de Menores o de organismos de salud.

Al iniciar el abordaje, se trabaja sobre el niño y su entorno, con todo su contexto social y familiar y comunitario.

“Nos acercamos de diferentes modalidades. Salvo una medida de abrigo voluntaria, las familias van a nuestra entidad y la intención primordial es escuchar al chico”, aclara.

“Allí -continúa- nos orientamos y buscamos acercarlo al dispositivo específico, como por ejemplo el CPA o el Centro de Adicciones del Hospital Municipal en cuanto a prevención de adicciones. También les buscamos programas territoriales, como Envión, o si se trata de chicos más grandes, con el programa Autonomía Joven o las becas Sostén”, cita.

La búsqueda apunta a la inclusión, destaca Maricic

“Se acercan cuando ya no dan más”

Letizia Tamborindeguy, titular de la Subsecretaría de Promoción y Protección de Derechos, que cuenta con programas específicos para la prevención y también la asistencia de chicos, dijo que los padres acuden a pedir ayuda “cuando ya no dan más”.

“Tanto desde el Servicio Local, como los Hogares de Protección y la dirección de Políticas Sociales tratan comúnmente con las mismas familias, con lo cual es una atención integral. Atendemos a los hijos de esas familias y también si hay alguna problemática de violencia o maltrato o una cuestión asistencial por el cual intervenir con el factor Social”, relata.

Cada vez que hay una capacitación en las escuelas por la ley de protección de los derechos del niño, noviazgos violentos o grooming, los especialistas tratan de que los jóvenes entiendan que deben tener un adulto referente que los acompañe, más allá de que tengan o no familia, y que sepan adónde acudir.

“Eso nos da el pie fundamental para trabajar con ellos”, asegura.

En el mismo sentido, considera que los padres “se acercan cuando ya no dan más y no tienen ningún otro recurso para agotar. Lo hacen de manera desesperada y por un desborde”.

“Quizás sea tarde desde la óptica de que se podrían haber prevenido otras situaciones colaterales, aunque igualmente se aborda desde varias áreas, ya sea Niñez, la Justicia u organizaciones sociales que en los barrios hacen tareas espectaculares”, agrega.

Si bien se busca atacar distintos frentes, la subsecretaria reconoce que el Estado no siempre puede llegar.

“La ciudad es muy grande, hay muchísima población vulnerable y, sobretodo, en los chicos. Estas organizaciones (ONG) nos ayudan muchísimo para trabajar como un intermediario y, en conjunto, es mucho más efectivo”.

También señala que los tiempos judiciales no siempre son los mismos que los familiares, y que por ese motivo muchos recurren a los medios de comunicación a reclamar auxilio.

Pasó el otro día en el barrio 9 de Noviembre, cuando una madre reconoció que no sabía cómo parar a su hijo, luego de que asaltara a un vecino, o también en el Bajo Rondeau, donde una madre confesó que debía encadenar a su hijo para evitar que saliera a robar para drogarse.

“Uno quiere resolver su problemática rápido, por una cuestión de ansiedad o angustia, con lo cual, visibilizándolo, logra un impacto mayor en la sociedad”, asegura, para aclarar que en muchos casos hay “instancias judiciales que respetar”.

Por último, pide que las familias no sientan vergüenza por contar su caso.Un informe realizado por el Ministerio de Justicia de la Nación, a partir de casi 2 mil encuestas a personas en tratamiento por adicciones, señala a la vulnerabilidad social como puerta al consumo de sustancias y la relación con el delito.

El relevamiento, entre los resultados destacados, determinó que el 61% de las personas recibió castigo físico durante su infancia; el 45%, problemas de alcoholismo en su familia y el 33% dijo que alguien de su entorno se drogaba.

El 25% mencionó haber abandonado la escuela tras la vinculación con las drogas.

En la franja de encuestados de hasta 18 años, el 85% aseguró haber dejado el colegio. Seis de cada 10 lo hicieron entre 7º grado y 2º año.

“Las edades de inicio en el consumo de alcohol y drogas son similares, concentradas entre los 12 y 15 años en más de la mitad de los encuestados”, señala la publicación.

Destacan que la edad más baja de inicio detectada fue la de 7 años.

Consultados sobre la forma en que conseguían la droga, en el grupo de hasta 25 años señalaron que el robo fue el modo de obtener dinero para adquirirla y, en segunda instancia, la plata obtenida a partir de un trabajo.

En la franja de mayores, el orden se invirtió.

Del total, se estableció que el 63% admitió haber cometido al menos un delito fuera del ámbito familiar para obtener recursos y comprar sustancias. El 60% dijo haber estado bajo efectos de alcohol o drogas en ese primer delito. Y el 76% consideró que consumir acerca a la delincuencia.

Se consigna que 7 de cada 10 mencionaron haber utilizado armas para cometer al menos un ilícito; 8 de cada 10 que utilizaron armas de fuego refirieron la presencia de armamento en sus casas.

En el grupo que refirió involucramiento en prácticas delictivas, la edad de inicio de consumo es más temprana, siendo el promedio de 13,7 años. Para los que refieren no haberse involucrado en delito, es de 17,2.

Entre las conclusiones, sostuvieron que “el consumo de sustancias y el involucramiento en delitos, más que proceder una de la otra, integran un amplio abanico de prácticas de riesgo, a partir de raíces comunes vinculadas con las condiciones de vulnerabilidad social”.

A dónde acudir 

Centro La Misión: funciona en Donado 151, primer piso, oficina 3. Su teléfono es (0291) 154-444355. Facebook: Centro La Misión y Twitter: @centropreventivo.lamision.

Hospital Municipal: Área de Prevención de Adicciones

Servicios: Promoción y Protección de los Derechos del Niño, Moreno 223, teléfono 4560091.

Edad de inicio: Hay casos de niños de 7 años

Un informe realizado recientemente por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, a partir de una serie de casi 2 mil encuestas a personas en tratamiento por adicciones, señala a la vulnerabilidad social como puerta al consumo de sustancias y el involucramiento en delitos.

El relevamiento, entre los resultados más destacados, determinó que el 61% de las personas recibió castigo físico durante su infancia; el 45%, problemas de alcoholismo en su familia y el 33% dijo que alguien de su entorno se drogaba.

El 25% mencionó haber abandonado la escuela, tras la vinculación con las drogas.

En la franja de encuestados de hasta 18 años, el 85% aseguró haber dejado el colegio. Seis de cada 10 lo hicieron entre 7º grado y 2º año.

“Las edades de inicio en el consumo de alcohol y drogas son similares, concentradas entre los 12 y 15 años en más de la mitad de los encuestados”, señala la publicación.

Destacan que la edad más baja de inicio detectada fue la de 7 años.

Consultados sobre la forma en que conseguían la droga, en el grupo de hasta 25 años señalaron que el robo fue el modo de obtener dinero para adquirirla y en segunda instancia la plata obtenida a partir de un trabajo.

En la franja comprendidas por mayores de esa edad el orden se invirtió.

Del total se estableció que el 63% admitió haber cometido al menos un delito fuera del ámbito familiar para obtener recursos y comprar sustancia.

El 60 dijo haber estado bajo efectos de alcohol o drogas en ese primer delito. El 76 consideró que consumir acerca a la delincuencia.

Se consigna que 7 de cada 10 mencionaron haber utilizado armas para cometer al menos un ilícito. 8 de cada 10 que utilizaron armas de fuego refirieron la presencia de armamento en sus casas.

“En el grupo que refirió involucramiento en prácticas delictivas la edad de inicio de consumo es más temprana, siendo el promedio de 13,7 años, en tanto que para los que refieren no haberse involucrado en delito es de 17,2”.

Entre las conclusiones, los responsables del estudio sostuvieron que “el consumo de sustancias psicoactivas y el involucramiento en delitos, más que proceder una de la otra, integran un amplio abanico de prácticas de riesgo que se desarrollan a partir de raíces comunes, particularmente vinculadas con las condiciones de vulnerabilidad social”.