Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Inflexión

Inflexión. La política y el poder La Nueva. Bahía Blanca

Todo parece indicar que el peor momento del reacomodamiento de precios relativos es cosa del pasado. Ello no significa que los padecimientos de aquellos sectores de menores recursos y, por lógica consecuencia, más castigados en los primeros nueve meses de la administración macrista, desaparezcan de la noche a la mañana, como por arte de magia. Pero sí supone que hay una clara mejora en términos de dos de las tres variables económicas que más le importan a la gente: la inflación y el PBI. El tope de 17 % que el gobierno, a la hora de confeccionar el Presupuesto del año próximo, le fijó al alza de los precios, y la reversión del presente comportamiento contractivo de la economía que distintos factores hacen esperar para 2017, tienden a despejar un panorama que tres meses atrás no lucía nada cómodo.

Para expresarlo sin vueltas: mientras el índice de costo de vida desciende, la actividad económica, que estaba estancada, comienza a despertar. Con lo cual no habría que descartar que hacia mediados del año por venir -dato de suma importancia en atención al cronograma electoral- el gobierno pudiese exhibir, en comparación con 2016, unos datos sensiblemente mejores, que se viesen reflejados en los bolsillos y las expectativas de la sociedad.

Macri lleva ventajas en virtud de tres razones de diferente índole, aunque de similar importancia en punto al análisis político: la sombra del kirchnerismo; la desunión del peronismo, y la desastrosa herencia que, a modo de una bomba de tiempo, dejó activada Cristina Fernández antes de abandonar la Casa Rosada, el 10 de diciembre pasado. De las dos primeras no es mucho más cuanto se puede decir, fuera de lo ya comentado en tantas oportunidades anteriores.

Por un lado, la figura de la expresidenta pierde apoyo a medida que continúan destapándose los escándalos sin cuento de su gestión. Por el otro, el peronismo dividido en reinos de taifas es el producto de una derrota electoral aún no debidamente digerida. Con la particularidad de que la totalidad de los gobernadores justicialistas está condenada a buscar el “pan de cada día” en las arcas del Tesoro Nacional. El gobierno central abre el grifo financiero en su favor y, a cambio, cosecha adhesiones imprescindibles para negociar desde una posición de fuerza.

Respecto de la última de las tres razones mencionadas, es fácil darse cuenta por qué si el PBI creciese en 2017, aun cuando fuese modestamente, y la inflación no sobrepasara la cota de 17 %, de confrontar estos números con los actuales, el gobierno saldría airoso siempre.

Que lo expresado antes no le ha pasado desapercibido a una parte considerable de los argentinos, lo demuestran la mayoría de las encuestas realizadas desde el comienzo del ciclo gobernante de Cambiemos. Más allá de cómo haya evolucionado la imagen presidencial en los meses iniciales de su gestión, lo cierto es que, desde que se sentó en el sillón de Rivadavia hasta la fecha, hubo un indicador que no sufrió cambios bruscos. En la consideración de la mayoría de la gente, el año que viene va a ser mejor.

Todos los relevamientos serios coinciden sobre el particular. Existe una marcada confianza acerca del futuro, que algunos pensarán es apenas una expresión de deseo. Aunque lo fuese, en una democracia de masas como la nuestra, el parecer de los más a la hora de trazar planes, decidir gastos y elegir caminos -o, si se prefiere, la idea que tengan los argentinos de cómo va a ser su situación económica dentro de 12 meses- es un dato crucial.

Si el universo encuestado no contesta macanas -y no hay motivos para suponer que mienta por tonto o por irresponsable - es lógico suponer que tenderá a actuar en consonancia con el futuro que avizora. En buena medida, la tranquilidad social que se desenvuelve en paralelo con el ajuste se explica por esa apuesta al mañana.

Si la mayoría de las personas o una minoría robusta considerase que el año próximo se hallará en peores condiciones que hoy, habría un incremento del conflicto político casi inmediato. Sin embargo, lo que ha sucedido es precisamente lo contrario. Al gobierno le llueven críticas pero nadie está dispuesto a romper lanzas ni a quemar naves. Ni los factores de poder ni el popolo grosso acunan ánimos beligerantes.

Los partidos políticos opositores -léase el peronismo ortodoxo y el Frente Renovador- han acreditado, hasta el momento, una conducta parecida a la que existe en los países escandinavos, Suiza o el Reino Unido. En cuanto a los sindicatos -de lejos los de mayor fogueo y experiencia en estas lides- saben que su enemigo no se encuentra en la Casa Rosada, sino en los sectores clasistas que sueñan todavía con el socialismo revolucionario. De más está decir cómo juega la Iglesia. Lo último que se le ocurriría -a pesar de las diferencias existentes entre las ideas del Papa y las del Pro- es echarle nafta al fuego.

De su lado, el popolo grosso -una licencia para referirnos al grueso de la población- está cada día menos interesado en los avatares de la política y más concentrado en sus ocupaciones y preocupaciones cotidianas. Si a lo expresado se le agrega que el ajuste -que, al menos en teoría, debería continuarse en 2017— brillará el año que viene por su ausencia y será —guste o no a los ortodoxos- financiado con deuda, el panorama se presenta favorable para el oficialismo. Hoy lleva las de ganar.