Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Los trucos del silencio: la historia de Alejandro

Tiene 25 años y es sordomudo. Aprendió magia solo, mirando videos. Actúa en semáforos y va donde lo llamen. Gracias a un truco consiguió novia.
Fotos: Emmanuel Briane-La Nueva.

Por Pablo Goicochea / pgoicochea@lanueva.com

   Casi no escucha.

   Casi no habla.

   No dice shopping: dice “topin”. Tampoco cumpleaños: le sale “piano”. A veces susurra, otras lo confunden con un extranjero tímido.

   Alejandro Salas es flaco, morocho, de mirada profunda. Nació ochomesino, hace 25 años, en Médanos, con el cordón umbilical apretándole demasiado el cuello.

   Es sordomudo y hace magia para vivir.

   Fue aprendiendo solo, intrigado por esos naipes que le regaló de chico su abuelo Salvador, el “Tata”.

   Ahora los agarra, los mira, los mezcla, los mima. Los besa.

   Llora besándolos.

***

   Llega a la plaza Rivadavia tras pedalear alrededor de 30 cuadras en una bicicleta que supo ser azul. Para presentarse saca el celular, toca la pantalla y finalmente con el dedo índice muestra una foto suya de Facebook.

   Tiene puesta una remera negra con un corazón rojo, un trébol blanco, un diamante rojo, una pica blanca. En el centro dice MAGO.

   Es de mañana y está fresca y soleada Bahía. Alejandro se sienta en el pasto aún húmedo por el rocío. No lo sabe, pero las bocinas de los autos se combinan con pájaros que parecen gritar.

   De golpe empieza a mover las manos.

   Para arriba.

   Para abajo.

   En círculos.

   Cada vez más rápido.

   Las abre y las cierra.

   Muestra 2 pelotitas rojas. Sus ojos son los que hablan: dicen “Prestá atención”.

   Vuelve a abrir las manos: no hay más pelotitas rojas. Alejandro sonríe.

***

   El pasto le tiñe de verde el pantalón en la zona de las rodillas.

   Ahora saca un mazo de cartas y un pañuelo. Sigue haciendo trucos, mientras su hermano Gustavo, que a veces hace de intérprete, cuenta que Alejandro terminó de estudiar en una escuela especial de Médanos, trajo su magia a Bahía hace unos 4 años y vive solo, en sus silencios.

   —Se las rebusca desde chiquito. Y mucho de lo que sabe, lo aprendió viendo videos en YouTube -dice Gustavo, un año menor, y se ríe—: Cuando aprende un truco nuevo, viene y me lo muestra. Me vuelve loco...

   Los que cruzan la plaza caminando ven a Alejandro y se frenan.

   Lo miran.

   Los mira.

   Entonces muestra sus cartas al improvisado público. Con gestos, invita a que alguien elija una. Una chica se encarga: el as de corazones. Ella le pone la firma con un fibrón negro. Alejandro agarra los naipes y mezcla; chillan un poco. Ahora se da vuelta, cierra los ojos y estira una mano con el mazo. Guarda la carta elegida más o menos en el medio. Vuelve a girar y mira a su público. Corta: una, dos, tres veces. Va pasando cartas de a una, boca abajo. De pronto para, saca una y se la deja en la palma a la chica, aún oculta. La toca con un dedo para que la descubra. Es el as de corazones, firmado. Todos aplauden y sonríen. Alejandro también.

* * *

   Le gustaría parecerse a “Dynamo”, el ilusionista británico que va por las calles mostrando sus trucos.

   Pero por ahora ni siquiera tiene trabajo estable.

   Cobra una pensión de 600 pesos por discapacidad. Y se las arregla como puede: haciendo magia.

   Actúa en los semáforos (dice que un día hizo como $ 1.000 en la entrada del Bahía Blanca Plaza Shopping) y va donde lo llamen (él mismo contesta el teléfono y su Facebook; si no logra entender o hacerse entender, alguien le da una mano).

   En Médanos ya lo conocen bien y se ha presentado, por ejemplo, en la Fiesta Nacional del Ajo, un “sueño cumplido”.

   Y acá en Bahía se va corriendo la bola porque Alejandro impacta: en más de un sentido.

   Una vez lo contrataron para el cumpleaños de un nene y la mamá se arrepintió al enterarse de que el mago era hipoacúsico.

   Su hermano Gustavo le pidió a la mujer que le diera una oportunidad, que lo dejara probar.

   Y los chicos quedaron encantados y Alejandro probó que era un éxito.

   —Pido perdón por el prejuicio—dijo la señora.

   Alejandro sólo sonrió. Como ahora, después de cautivar en la plaza: se tiene que ir con su magia a otro lado.

Para ayudarlo

Lista de deseos

   Alejandro quiere mejorar y a veces no puede por una cuestión de $ y se frustra. Pero no es de quedarse.

   Salvo un par de regalos, él mismo se las arregló para hacer las cosas que tiene: diseñó su remera y las cartas, y hasta el folleto de promoción que le entrega a la gente.

   A pedido de La Nueva. hizo aparecer una lista con sus deseos:

   -un bastón;

   -cartas especiales (para el truco de comerse un pedazo y luego mostrarlas intactas);

   -pelotitas rojas;

   -paño para naipes;

   -pañuelo que cambia de colores;

   -una mochila;

   -una bici.

   Si alguien puede y quiere darle una mano, está en Facebook como “Mago Alejandro” o en el teléfono (0291) 154420299.

La magia del amor

¡Quiero retruco!

   El domingo 31 de mayo de 2015 había mucha gente en el Parque Independencia.

   Alejandro fue a hacerse unos pesos con ilusiones y una camisa a cuadros, corbata a rayas en diagonal, sombrero.

   Pasó por el puesto de ropa de Delia; la miró y siguió camino. Pero le gustó. Y volvió. Ella tomaba mate con su hija.

   Alejandro le hizo una seña, como llamándola. Cuando la tuvo enfrente, nada por aquí, nada por allá, y de pronto sacó una flor de la mano y se la dio. Delia, 25 años mayor, dice que con eso la enamoró.

En primera persona

#LaNuevaMagia

   Me avisó por mensaje que estaba en la puerta del diario y bajé a buscarlo. Tras un “Hola” exagerado, lento, y un choque de manos, subimos.

   Al principio no fue fácil entenderlo. Y él siempre predispuesto, buena onda... aunque por momentos se puso nervioso y hasta un poco tímido. Lógico: había cámaras, fotógrafos, periodistas.

   Pero de a poco se soltó. Y, creo, le terminó gustando mostrarse.

   Le pedí que me contestara un par de preguntas por escrito, en una computadora. Se sentó frente a la pantalla y se puso serio. Tipeó despacio, concentrado, letra por letra, con un solo dedo. Al terminar dijo: “¡Magia!”, señalando a mis compañeros de lanueva.com. Les hizo varios trucos, vio sus reacciones, sonrió de otra manera: estaba en lo suyo, era su momento. Lo entendí todo.

P.G.