Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Mamá probó la marihuana: una historia de dolor que el aceite calmó

El caso de Luján y otras cuatro personas que dejaron de lado los prejuicios para cambiar sus vidas.
Fotos: Facundo Morales y Pablo Presti-La Nueva.

Por Maximiliano Buss y Pablo Goicochea

   “Mamá va a probar la marihuana”, les dijo Luján a sus hijos de 16, 14 y 9 años. Ellos se miraron. La miraron.

   “En realidad es un aceite que tiene un poco de marihuana. Dicen que hace bien, pero nada tiene que ver con las drogas”, intentó explicarles.

   Para Luján no fue fácil decirlo. Pero iba a ser más difícil seguir soportando los dolores en todo su cuerpo.

   Para ella caminar dos cuadras todas las mañanas era un suplicio. Dormirse arriba del plato, una costumbre de todas las noches. Darse vuelta en la cama, el sufrimiento de las madrugadas.

   Luján Pacho vive en Pedro Luro, una ciudad a 110 kilómetros de Bahía Blanca, es docente y con 37 años cuenta que se arriesgó a perder su familia para intentar calmar los dolores que le produce una enfermedad muscular crónica llamada fibromialgia.

   Un día empezó con molestias en la cabeza, al otro le raspaba la espalda como si estuviese por engriparse. Después, los pinchazos llegaron a los hombros y le ardían las manos.  “Sentarme me dolía, pararme me dolía, era todo. Al principio era todos los días. Tenía vértigo. No podés dormir por los dolores”.

    El Senado aprobó la ley para el uso medicinal del cannabis

   Cuando se la diagnosticaron tenía 30 años. En ese momento el médico le recetó 12 pastillas por día, aunque después bajó a 4 porque eran fuertes. Y nada, nunca le hicieron nada.

   “Tomaba para dormir, para el dolor, el vértigo, la depresión. No veía un cambio. Estaba atada a unas pastillas que me volvían una desquiciada”, cuenta.

   Con el paso de los meses, Luján salía cada vez menos de su casa e incluso pasó más de un año sin ir a trabajar por orden de su médico.

   “Un día me bajé de un tren bala para subirme a uno a vapor. Vivía a la vuelta de la escuela, llegaba a las escaleras y me cerraban la puerta en la cara porque me acalambraba en dos cuadras. Nadie lo entendía, pero era lo que me pasaba”, recuerda.

   Es que por la fibromialgia no se te cae el pelo, no te salen manchas, no estás en silla de ruedas. Luján sentía moretones invisibles en todo el cuerpo. Nadie los veía, ni siquiera ella, pero estaban ahí. 

   Hasta que un día dejó de sentirlos.

   Una amiga le contó que unos chicos de Bahía hacían un aceite con la planta de marihuana que le podía servir pero tenía miedo. “No, no me animo. No me animo. No me animo”, decía mientras pensaba cómo la iba a ver su familia.

   Mamá iba a probar la marihuana. La mamá que siempre les dice que tengan cuidado con las drogas.

   “Esa noche cuando se los dije todos me entendieron, porque sabían cuánto sufría”, dice.

   Y entonces la probó.

   Desde hace 5 meses, todas las noches se pone una gotita de cannabis bajo la lengua.

   “Desde ese momento me siento otra mamá. Tengo ganas de salir, me levanto con ánimo a la mañana, volví a tener una vida. El cannabis me cambió. Y puedo dar testimonio”, dice con alivio.

“Mi viejo cuida la planta como El Principito a la rosa”

   Hace unas semanas Luján se animó a conseguir una semilla y tiene su planta de marihuana, a pesar de que el cultivo es ilegal en la Argentina.

   “No quiero quedarme sin aceite porque lo que me dan me dura un mes. En realidad está en lo de mi viejo porque mi patio es abierto y no quiero que me la saquen”, dice.

   “Tenía miedo de lo que podía pensar mi papá, un señor de 83 años, pero al final terminó cuidando la planta como El Principito cuidaba a la rosa”, cuenta.  

   Ahora está en busca de un certificado médico que justifique que usa cannabis para su enfermedad.

   “Tengo miedo porque acá está re complicado con el gobierno de turno. Cobran multas por todos lados y al implementar el drug test (aparato que controla el consumo de drogas en conductores), puedo tener problemas”, dice.

No es la única

Ximena tiene epilepsia

  Ximena Balbuena (20) empezó a convulsionar en la cocina de su casa cuando tenía 18 años.

   “Después de que me diagnosticaron epilepsia, pasé varios meses encerrada totalmente. No me quedaba sola en ningún momento”, recuerda.

   No podía salir a bailar. No podía ir a recitales. No podía ver la televisión. No podía andar en auto.

  “Ese año empecé la universidad y los ataques me agarraban en el aula. De a poco empecé a sentir que la gente que estaba al lado mío se alejaba porque estar conmigo terminaba siendo una responsabilidad muy grande”, dice.

   Gracias a un amigo, Ximena consiguió el aceite de cannabis hace un año. “Yo tenía contacto con la marihuana habitualmente pero no sabía que eso me podía ayudar con lo que estaba pasando”, revela.

   “Llegué a tener 10 convulsiones por día. Desde que tomo las gotitas no tuve ni una”, cuenta.

    Cuando Ximena se lo contó a su médico, que la atiende en el Hospital Favaloro, él le dijo que “si era lo único que le hacía bien, que le meta para adelante”.

Francisco tiene artritis

   Francisco Gauna tiene 59 años, trabaja en el puerto de Bahía y casi tuvo que dejar de trabajar porque la artritis le provocaba terribles dolores en sus piernas, codo, hombro y cintura.

   “Me costaba agarrar la pava. No podía doblar la mano”, cuenta.

   En ese momento, su médico le recetó tomar 3 pastillas distintas por semana e inyectarse una vez por semana.

   “Una persona que conocía el aceite de cannabis me lo recomendó. Cuando me llegó, tomé unas gotitas a la noche y al día siguiente me levanté más aliviado y me dieron ganas de tomar un litro de aceite”, dice.

   Francisco ahora cuenta contento que puede alzar a su nieto y jugar un “picadito” con sus amigos.

Ignacio tiene autismo

   Ignacio vive en Patagones, tiene 18 años y es autista. Su mamá, Laura Guanca, cuenta que llegó a pesar 47 kilos y a dormir solo 2 horas por día.

   “Eso alteraba su conducta. Él se golpeaba, me golpeaba”, cuenta.

   Laura consiguió el aceite de cannabis en una charla que se dio en Lamadrid. “Estábamos en una situación crítica, realmente con su salud comprometida en un cuadro de anorexia que no respondía a ningún tipo de tratamiento”, recuerda.

   La primera noche le dio dos gotitas. “Su primera reacción fue apretarme la mano. Después se sentó en la cama, estuvo 15 minutos y se durmió. Eso para mí era magia”, dice.

   Ignacio ahora puede viajar, charlar con su familia, salir a dar una vuelta con sus primos.

   “Para mucha gente no es fácil de digerir, pero en mi casa felizmente se huele olor a marihuana”, dice Laura.

Fabián tuvo cáncer en los riñones

   Fabián Molina Castillo tiene 34 años, tuvo cáncer en los riñones, quedó ciego por diabetes y sufre hipertensión.

   “Cuando me encontraron los tumores sabía que me iban a operar y que tenía que hacer quimio. Y ahí se me ocurrió buscar una alternativa: el cannabis”, dijo.

   Fabián consiguió el aceite a través de un amigo. 

   La cantidad que usa equivale a  $ 7.500 por mes. Toma 3 gotas por día (a la mañana, tarde y noche), pero también se dializa hace 5 años 3 veces por semana durante 5 horas.

   “Mi condición mejoró muchísimo. Tomaba muchas pastillas por todas mis enfermedades y ahora no tomo ninguna. Me curé”, contó.

Mirá el informe de La Nueva. sobre el cannabis medicinal