Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Kovadloff: "La educación tiene que contribuir a revertir el clima de posguerra"

El filósofo habló con La Nueva. sobre la falta de federalismo y el lugar de los jóvenes y de los bahienses en la actualidad del país.
Fotos: Pablo Presti-La Nueva.

Mauro Decker Díaz / mdeckerdiaz@lanueva.com

   El filósofo, ensayista y poeta Santiago Kovadloff fue contundente en su diálogo con La Nueva. y señaló que "la educación tiene que contribuir a revertir el clima de posguerra que hay en la Argentina".

   “La situación es el resultado de una fragmentación crónica en un país donde no hay federalismo", analizó el filósofo en la previa de su exposición ante un Teatro Municipal colmado sobre “los desafíos de la cultura en el siglo XXI”, organizada por la Fundación OSDE.

—¿Cómo puede contribuir la educación a revertir esa “situación de posguerra”?

—El trabajo de desarrollo educativo que se tiene que volver a emprender abarca, primordialmente, la educación primaria. La educación primaria es para mí hoy más prioritaria que la universitaria, porque es reinscribir a los chicos en el campo de lo que significa escuchar. Un niño que va a la escuela es fundamentalmente un niño que oye a un maestro y que es escuchado por un maestro. Allí nace lo que podríamos llamar la interdependencia dialógica entre el niño y su maestro. Sin interdependencia dialógica queda cortado el campo cívico, porque fundamentalmente trataremos de imponer nuestra palabra por sobre la del otro y pagaremos lo que haya que pagar para que la palabra del otro sea suprimida.

“Todo ese trabajo es esencialmente ético, pero implica en la escuela primaria la posibilidad de ser escuchado y escuchar. La secundaria (cuyo nombre yo le cambiaría porque no hay secundaria, son todas primordiales) y la terciaria deberían ser complementarias.

“Además, hablemos de una realidad durísima: hay millones de argentinos que no van a la escuela. Chicos que no van a la escuela. Generaciones que han claudicado de toda expectativa cívica y que conforman una realidad de personas que no tienen estatuto ciudadano, porque no están inscriptas en el campo de lo significativo para nadie. No digo que necesariamente hayan caído en el delito, pero han hecho algo terrible: que es durar en vez de existir.

—En el marco de una escuela siempre señalada en sus deficiencias acumuladas, ¿cómo se rompe con el “clima de posguerra”?

—Esa herencia de una mala educación es una tendencia, que no debiera ser concebida como absoluta, pero es una tendencia. Yo diría que los indicios de lo que significa el desarrollo cívico de una generación es lo que podríamos llamar la reconciliación de lo privado con lo público.

“Es decir, si una persona tiene objetivos personales y al mismo tiempo comprende qué es lo que su país le ofrece en términos de una contribución al desarrollo de su nación sin renunciar a sus ideales personales, educativos, profesionales y vocacionales entonces diría que ahí se está trabajando en una auténtica educación cívica.

“La auténtica educación cívica es la que permite que un individuo, al mirar el funcionamiento de su país, se pueda reconocer como alguien que tiene parte protagónica, parte integrante, en la dimensión orquestal de la nación.

“La nación es una orquesta donde suenan distintos instrumentos, pero la melodía tiende a ser convergente. Integra esas diferencias, no las disuelve. Las compatibiliza, no las volatiliza.

—¿Qué papel tiene la juventud?

—En el año 1841, Juan Bautista Alberdi publicó un comentario sobre un concurso que acababa de realizarse, sobre los nuevos poetas en la Argentina. Y lógicamente en ese momento, la Argentina tenía 31 años desde la Declaración de Mayo, pero él hizo una reflexión muy sentida y muy lúcida, como todas sus reflexiones acerca de lo que es ser joven. En 1841 dijo que la Argentina “era una probabilidad”, y hoy la Argentina sigue siendo una probabilidad. ¿Por qué? Porque los ideales de nación, que se empezaron a trazar en 1815-16, con José de San Martín y Manuel Belgrano, no terminaron de cuajar en una práctica política sostenida a la que nosotros pudiéramos llamar democracia republicana.

“Tuvimos una constitución para regir un país venidero, aún hoy venidero, razón por la cual don Juan Bautista Alberdi es un autor posterior a nosotros, porque propone algo que aún no se cumplió.

“Algún día seremos contemporáneos de Alberdi, cuando seamos capaces de vivir en el marco de una constitución encarnada.

“En consecuencia, ¿cuál es el papel de la juventud? Contribuir a que se reconcilien la ética y la política. Porque sin esa reconciliación entre ética y política las palabras de Alberdi de 1841 seguirán siendo palabras alusivas a la juventud de hoy.

“Alberdi tiene derecho a que su texto de 1841 quede situado como un texto enormemente elocuente de lo que era la Argentina 25 años después de su independencia.

“Pero también tiene derecho, en esa medida, a ser pasado. Un gran pasado. Nosotros tenemos derechos a tener un presente distinto del que él retrata y que la coincidencia primordial entre aquel pasado y este presente es que aún somos deuda. Deuda interior.

—¿La educación tiene una deuda con los próceres como Alberdi?

—Alberdi no solo tiene problemas nuevos para la Argentina de su tiempo, sino también soluciones que siguen estando pendientes entre nosotros. No es casual que no lo enseñen en profundidad. Es el resultado de una incomprensión cívica profunda que está en el alma de quienes tienen el deber de transmitir lo que se llama "información fundamental".

“Es muy importante comprender que aún cuando se pudiera transmitir la obra de Alberdi, o la de Domingo Fautisno Sarmiento, o la correspondencia de Belgrano, o la de tantos otros, la única manera de que todo eso gane vida en quien recibe esa información es que se le muestre qué tiene que ver su vida personal con lo que está leyendo. Quien sepa mostrar eso es un educador. Pero para poder hacerlo tiene que estar educado.

—¿La situación actual representa un desafío mayor que otras épocas?

—Personalmente no soy muy partidario de marcar diferencias tajantes entre los desafíos del pasado y los que tiene que enfrentar el presente.

“Todas las generaciones están enfrentadas a una fuerte propensión a que los problemas fundamentales que hacen a la relación entre lo público y lo privado no sean materia de un conocimiento consciente, apasionado y profundo. La gente está atareada en su inmediatez, siempre fue así. Si leés a Séneca, hace 2.000 años, la falta de atención a los problemas estructurales predomina en la mayoría. No se trata de algo que rebaje el valor de la vida de cada cual, pero sí la caracteriza en buena medida.

“Pocos son los que se interesaron en profundizar en ese problema de fondo que hace a lo que podríamos llamar la identidad epocal, a la capacidad de perfilar con nitidez los desafíos fundamentales de una época.

“La batalla no hay que darla nunca por perdida cuando es en nombre de esta conciencia epocal, pero no hay que darla nunca por ganada. Combatir por un enriquecimiento espiritual y cívico de una nación es indispensable. No hay victoria, hay insistencia. La existencia es insistencia.

“Un hombre insiste, no está atrapado en su naturaleza como el animal. Es imposible realizarse. Eso es propio de la piedra, es un destino calcáreo. Cuando la abrís, la piedra es igual por dentro que por fuera.

“El destino del hombre es perseverar en su perfeccionamiento mediante idas y vueltas con la conciencia profunda de que la vida es finitud y que la finitud no está al final, la finitud es el límite del discernimiento de la realidad.

—¿Pudimos en algún momento saldar esa deuda?

—Todas las generaciones tienen la posibilidad virtual de saldar la deuda que permita transitar del pasado al presente. Se puede incluso considerar que esa transición se cumplió según configuraciones muy distintas.

“Mi generación, la generación de quienes fuimos jóvenes en los ‘70, entendió (yo personalmente no, pero buena parte de mi generación sí) que saldar esa deuda era llevar a cabo una transformación revolucionaria del país a través de las armas. Se equivocaron a mi entender, pero no porque no tuvieron suerte para concretar lo que quisieron. No se equivocaron estratégicamente. Se equivocaron conceptualmente, políticamente. ¿Por qué? Porque la homologación primordial entre la represión de Estado y la guerrilla es la sacralización de la violencia.

“Todas las generaciones tienen una concepción de lo que deberían hacer. Pero las últimas generaciones han sufrido el efecto de una fuerte despolitización institucional, es decir que a raíz del auge del caudillismo, a raíz del auge de lo que podríamos llamar los gobiernos en los que el Estado se reduce al partido gobernante, no les brindaron a los jóvenes más que la posibilidad de quedar inscritos en la ideología de quienes gobernaban.

“Para ellos es la única alternativa de abrirse a algún porvenir. Muchos siguen creyendo que ese es el camino, pero no se podría decir que hay un único camino. El que yo sugeriría es el camino que permite multiplicar la significación protagónica de los partidos en el marco de la ley, además de poder conciliar el desarrollo del país desde el punto de vista económico con una creciente conciencia de lo que serían los desafíos del presente. Todo esto para que Argentina se inscriba en el mundo como una nación razonablemente protagónica.

—¿Estamos resolviendo siempre problemas fundacionales?

—Sí, creo que en muy buena medida es así. Hay una especie de cronificación en el comienzo. Una especie de estado genesíaco perpetuo en el primer día, en el segundo día. Nos falta algo fundamental: un país evoluciona cuando quienes tiene responsabilidad de conducción vienen desde el porvenir, no desde el pasado.

“Lo problemático es un signo de evolución y desarrollo. Lo he dicho también afirmando que una persona interesante no es una persona sin problemas, sino una persona con problemas renovados.

“Argentina tardó mucho tiempo en ingresar a una etapa, curiosamente distinta, como es esta donde se abre una posibilidad de que seamos un proyecto de nación.

“Para esto es indispensable llevar a cabo varias tareas simultáneas: afianzar lo institucional, estimular el desarrollo económico, devolverle a la educación un papel revolucionario en la construcción del civismo e inscribir el país mediante todo eso en el marco de una economía que permita ser previsible. Porque la previsibilidad no es solamente la certeza de lo que va a ocurrir mañana, sino la posibilidad de entender porqué lo que estamos haciendo abre una perspectiva de continuidad en el futuro y no es un mero coyunturalismo.

“El populismo tiene en su contra el hecho de ser primordialmente coyuntural. Vive del hoy. Vive del hoy concebido como aquel momento en el cual es posible generar una respuesta de carácter totalmente paliativo para el presente, pero no revolucionario en el sentido de una evolución o de un desarrollo.

—¿Cuál es el papel del bahiense, del vecino de la Sexta Sección, en esta renovación problemática?

—Ustedes tienen dos grandes escritores, tradicionalmente hablando, que son Eduardo Mallea y Ezequiel Martínez Estrada. La diferencia entre ellos es que Mallea creía que por debajo de la adversidad había una posibilidad de afianzamiento del argentino como alguien con un caudal de posibilidades creativas enormes. Ezequiel Martínez Estrada sostenía que las dimensiones geográficas de la Argentina excedían la posibilidad de construir una nación y que además era un país que estaba tan destituido de ideales cívicos por su historia que la inmigración no contribuiría necesariamente a paliar todo eso.

“Hay una tercera posibilidad, que es entre el idealismo de Mallea y el pesimismo de Ezequiel Martínez Estrada: preguntarse si el dilema del bonaerense del sur de la provincia no podría verse alterado fundamentalmente por un cambio de posición en relación a lo que yo llamo federalismo.

“Solo el federalismo, a mi modo de ver, puede generar una transformación muy profunda del lugar que tiende a ocupar lo que se llama “el interior”.

“El interior tiene hoy un carácter residual en la Argentina. Más allá del desarrollo coyuntural que puedan tener algunas provincias o algunas regiones, como esta, no puede ser que el federalismo no se reinstale si se quiere tener un proyecto de nación. Es imposible.

—¿Qué es el federalismo?

—Te lo voy a resumir en una imagen muy hermosa, que proviene de principios del siglo XIX y es de Manuel Belgrano. Cuando Martín Miguel de Güemes le escribe a Belgrano, que era el comandante en jefe del Ejército del Norte, le dice en una carta memorable: “Mi querido general y hermano, debo decirle con satisfacción que hemos expulsado a los godos de Salta, pero no consigo que la paisanada me vaya a pelear al Tucumán, porque dicen que Salta ya es libre”.

“Y Belgrano le responde: “Mi querido general y hermano, me convence a la paisanada que Salta queda en Tucumán”. Eso es el federalismo: el sentimiento de interdependencia que en el orden personal genera solidaridad transindividual. Y en el orden político y geopolítico, la conciencia de que nadie tiene significación si no es en el vínculo equitativo con el otro. En el caso de nuestras provincias, también.

—Es un camino difícil para recorrer...

—¿Por qué no debería serlo? La calidad de los riesgos es lo que importa. Otra anécdota muy importante: cuando los Confederados fueron derrotados en la Guerra Civil Norteamericana, un millón amplio de negros ganaron la libertad a través del triunfo de la Unión. Y el partido al que pertenecía Abraham Lincoln, el partido gobernante, le planteó al presidente: “Presidente, qué problema tenemos ahora. Miles y miles de negros libres, que ya no van a ser sometidos por el blanco, pero que son ignorantes, que no saben hacer otra cosa que extraer algodón. Qué problema nos ha echado encima la actual circunstancia".

“Entonces Lincoln le responde al vocero del partido: “Señor, este es un problema que tenemos porque hemos ensanchado la libertad de los Estados Unidos”.

“Es decir que las nuevas condiciones generan nuevos problemas, nuevos riesgos. Una persona siempre es interesante por la calidad de los riesgos a los que está expuesto.