Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Blanca Sánchez, la dama de los libros: vivió y creció en la Biblioteca Rivadavia

Su padre, Teodoro Sánchez, fue el mayordomo de la entidad durante 21 años. Su tío, Germán García fue director bibliotecario y notable intelectual. La pequeña Blanca creció rodeada de música, cuadros, novelas y poesía y forjó un espíritu romántico. La vivienda se encontraba en el tercer y último piso del histórico edificio de Colón 31.
Blanca Sánchez, la dama de los libros: vivió y creció en la Biblioteca Rivadavia. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

Anahí González

agonzalez@lanueva.com

En la casa de la pequeña Blanca Sánchez se respiraba arte.

No era una princesa, ni había nacido en cuna de oro -de hecho, sus padres, inmigrantes españoles, estaban lejos de pertenecer a una clase privilegiada de la sociedad bahiense de la década del 30- pero creció en un palacio. Un palacio de la cultura. Una casa con paredes de libros: la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia, fundada el 16 de julio de 1882.

Todo comenzó cuando su papá, Teodoro Sánchez, fue nombrado mayordomo de esta institución en 1930 -cuando ella tenía dos años- por recomendación del bibliotecario Germán García, tío materno de Blanca.

Para que Teodoro pudiera cumplir con sus funciones -en las que se desempeñó por 21 años- le asignaron una vivienda familiar en el tercer y último piso del histórico edificio de Colón 31. Contaba con dos dormitorios, comedor, cocina y baño. La terraza tenía vista a la Plaza Rivadavia y al Banco Hipotecario.

Allí Blanca creció junto a su papá, su mamá Victorina García y sus hermanos Elena, Armando y Roberto. Estaba rodeada de novelas, cuadros, música y poesía, expresiones que fueron modelando su espíritu y desarrollando su amor por la cultura. ¡Todo un sueño para una niña amante del arte!

Cuando su papá, de impecable uniforme, abría cada día, a las 15 en punto, las altas puertas de madera de la Biblioteca, Blanca sabía que era la Hora del Cuento, un espacio mágico que -tal como sucede hoy- invitaba a los niños a navegar, explorar y volar por fascinantes mundos de palabras.

No eran pocas las ocasiones en que, luego de algún espectáculo, cuando todos se iban y el Salón de Actos quedaba solo habitado por el silencio Blanca subía al escenario y representaba ante un público imaginario.

Al recordarlo, sus ojos de 89 años vuelven a ser los de aquella niña.

Entonces, es fácil imaginarla escondiéndose entre los libros, luciendo alguno de esos vestidos con puntillas que tan amorosamente lavaba, cosía y planchaba su mamá o recitando poemas -como el de José de Espronceda- que aún hoy recuerda de memoria.

“Hojas del árbol caídas

juguetes del viento son

¡Las ilusiones perdidas

ay son hojas desprendidas

del árbol del corazón!”.

“Cuando me escondía para ver alguna obra mi mamá me decía: ¡Acostate, que mañana tenés que ir al colegio! Era más fuerte que yo. La música, la cultura, me encantaron siempre. Lo que veía era extraordinario”, rememoró .

“Fue una época idílica. Leía novelas de amor y mucha poesía. Tal vez por eso soy una romántica incurable”, expresó.

De aquel tiempo, tan distinto al de ahora, rescata los valores.

“Era una cultura de sacrificio, trabajo y honestidad fiel al temple del inmigrante. Mis padres me enseñaron por sobre todas las cosas a no subestimar a nadie y a no dejarme subestimar ni humillar por nadie. Incentivaron mi espíritu sensible, romántico y adicto a la lectura, a la música y a todo lo bello”.

A los 18 años, Blanca se casó y se fue a vivir a Misiones, tal vez imbuida por tantas novelas románticas que había leído. El romance no fue lo soñado y a los dos años regresó embarazada de su primera hija: su querida María Liliana.

Poco después Teodoro, padre de Blanca, se jubiló y la familia desocupó la casa de la Biblioteca para mudarse a otra propia. Atrás quedaron muchos sueños, como el de Blanca de ser maestra, pero que supo compensar con una formación autodidacta, lecturas y un gran aprecio por artistas y autores.

Trece años después de tener a su primera hija, Blanca le dio otra oportunidad a su corazón y formó una familia junto a Avelino García con quien tuvo una hija: María Gabriela.

Hoy Blanca Sánchez tiene cinco nietos y cinco bisnietos que adora. Su hija María Liliana vive en Buenos Aires y se dedica a la actividad apícola. María Gabriela reside en Tornquist, es licenciada en Biología, fue docente, apicultora y está al frente de un emprendimiento turístico familiar en Villa Ventana.

Las vivencias

La familia de Blanca conoce su amor por la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia. Ella gusta rememorar sus vivencias principalmente con sus primas Nelly y Elvira, hijas de su tío Germán, quienes viven en Sierra de la Ventana. El fue fundamental y referente cultural en la ciudad.

Se desempeñó como director bibliotecario de la Biblioteca Bernardino Rivadavia entre 1930 y 1955 y director ad honorem de la biblioteca del Instituto Tecnológico del Sur.

Blanca destacó que las carencias materiales no fueron un impedimento para el progreso de la familia que siempre se apoyó en valores mas elevados y mencionó con orgullo al hijo de su sobrina Marta, Gustavo Appignanesi, director de Conicet en nuestra ciudad.

Los recuerdos

Blanca conserva una foto de 1940 en la que está de la mano con su hermano Roberto, nueve años menor en la entrada de la Biblioteca. El pasado 6 de julio, día del cumpleaños de Blanca y cuatro días antes del cumpleaños 80 de su hermano le dio una sorpresa como regalo: lo llevó hasta la escalinata de la Biblioteca para tomarse una nueva foto juntos. Los esperaba el fotógrafo Jorge Ordoñez, citado por Blanca. Ayer y hoy. “Los hermanos sean unidos...”. Hoy, Roberto -jubilado como Gerente de la Oleaginosa Moreno- vive con su familia en Necochea.

Los orígenes

Victorina García, la mamá de Blanca, tuvo que trabajar desde pequeña. Era una de cinco hermanos, todos hijos de Agustina, quien había enviudado a los 40 y emigrado a Argentina desde Salamanca (España) con escasos recursos económicos. Su papá, Teodoro, también provenía de una familia numerosa de inmigrantes llegados desde Toledo (España).

La casa

“Era pequeña pero se agrandaba los domingos cuando el aroma de los scones y biscochuelos de 12 huevos que horneaban en la cocina a leña mi mamá y mi hermana invitaban a parientes y amigos que venían a pasear al centro a subir los 92 escalones y la casa se agrandaba como un corazón generoso”, contó Blanca.

Recordó que el centro en aquella época lucía impecable, como sus edificios.

“Con mi inseparable amiga Rosa -que vivía en los Tribunales- y mi hermanito Roberto paseábamos por la Plaza Rivadavia, cuidada las 24 horas por un ‘placero’; verde, florida, con la Fuente de los Ingleses vertiendo agua por la boca de los leones y angelitos”, recordó.

“Lindo haberlo vivido para poderlo contar”, remató.

Carta de Centenario (por Blanca Sánchez, 16 de julio de 1982)
Querida Biblioteca Rivadavia...

Vas a cumplir 100 años. Yo casi la mitad y no puedo olvidar que hace 50 años corría junto a mis hermanos por eses escaleras que nos llevaban al tercer piso, nuestro hogar durante 21 años.

Fuiste un hogar muy peculiar. Al alcance de mi mano miles de novelas, a veces no enteramente aptas para mi edad. Y entonces la palabra rectora de mi tío, Germán García, hermano de mi madre, diciéndome: -Por ahora, eso no te conviene leerlo.

¡Cuánto habremos jugado a las escondidas los domingos cuando el sótano nos prestaba todos sus misterios y sus ruidos, cuando crujían sus estanterías llenas de libros y el miedo nos hacía salir del escondite antes que nos encontraran!

En estos 100 años que cumples no puedo dejar de recordar a los empleados que comenzaron jóvenes y se fueron perfilando en la vida: Lorenzo Moreno, Alfredo Bueso, Francisco Loge, el administrador, Germán García, el bibliotecario, y mi padre, el más modesto trabajador, el mayordomo que durante 21 años cuidó que reinara el orden, que colgaba los cuadros para las exposiciones, que pasaba películas, una y mil tareas que desempeñaba a lo largo del día. ¡Cuántos profesionales de Bahía Blanca, estudiantes en aquella época, habían escuchado sus rezongos porque se hacía bullicio en las salas de lectura!

Recuerdo tu salita para niños atendida por la Srta. Benigna Gómez, “Beni”, la hora del cuento. ¡Si habré leído aún antes de saber leer! Luego, el Tesoro de la Juventud, los versos de Amado Nervo, las Rimas de Bécquer.

Por tu salón de actos vi desfilar a los mejores artistas del mundo traídos por la Asociación Cultural: Jascha Heifetz, Henryk Szeryng y tantos otros que despertaron en mí desde temprana edad la pasión por la buena música. Los ensayos y conciertos de los profesores Savioli y Bilotti no se borrarán jamás de mi memoria, así como tampoco un afinador que venía de Buenos Aires una vez al año, me compraba caramelos y me sentaba a su lado mientras él afinaba el piano haciéndole compañía.

Ya adolescente, cuando después de una función la sala quedaba vacía, yo subía al escenario y desde allí era una eximia concertista o una poetisa famosa, y a las butacas vacías mi imaginación las poblaba de público delirante que aplaudía.

¡Qué lugar extraño para vivir para una criatura, cuántas fantasías se echan a volar en esos grandes salones, todos al alcance de la mano! Las novelas de Delly eran mi pasión, luego Hugo Watts, Alejandro Dumas y tanto otros que devoraba en un día.

Querida Biblioteca, ya no recorro tus pasillos ni subo tus escaleras corriendo los escalones de dos en dos, ya no me escondo detrás de las cortinas del segundo piso para escuchar a algún artista célebre, pero allí dejé mi infancia, allí quedaron mucho sueños no realizados, de allí me fui para casarme a los 18 años, allí nació mi hermano más chico, allí nació mi hija mayor ¡Cuánta historia de vida tienen tus paredes! Por eso, cuando paso por tu puerta con mis nietas digo con orgullo: Aquí vivió su abuela.

Gracias por todo lo que me brindaste. Fue un privilegio haber tenido un hogar así ¡Feliz cumpleaños querida Biblioteca Rivadavia!