Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Carcasona, la ciudad francesa en el mal llamado País Cátaro

La Ruta de los Cátaros, en el sur del país, refleja la historia de castillos, fortalezas y ciudadelas medievales levantadas hace tiempo. La Bastida de San Luis es la ciudad nueva, a orillas del Canal Midi.
Carcasona, la ciudad francesa en el mal llamado País Cátaro. Turismo. La Nueva. Bahía Blanca

Corina Canale

corinacanale@lyahoo.com.ar

El Catarismo fue un movimiento religioso de carácter gnóstico que surgió en Europa, en el siglo XI de la Edad Media, y se extendió hasta el siglo XIII.

Fue, una doctrina hereje que se arraigó en Languedoc, región del sur de Francia, donde el fervor fue tan grande que la Iglesia Católica de Roma lo persiguió hasta destruirlo.

De los castillos, fortalezas y abadías levantadas en ese tiempo, que conforman la actual Ruta de los Cátaros, quedan vestigios que se visitan.

¿Está bien hablar de País Cátaro? No, sencillamente porque ese país no existe, geográfica ni históricamente, pero sí para el turismo.

Antes de ir hacia él conviene visitar el Museo Hurepel que recoge la historia del catarismo. Es un museo que está en Minerva, otro pequeño pueblo medieval cercano a Carcasona, que soportó los enfrentamientos más feroces de la resistencia cátara.

Carcasona, la ciudad principal de esta ruta, situada entre Carbona y Toulouse, es la capital del departamento de Aude, en la nueva región de Occitania que surgió de la fusión de Midi-Pyrénées y Languedoc-Roussillon, al norte de los Pirineos.

Es un buen lugar para iniciar el camino hacia ese país de fantasía que está a 485 kilómetros de Madrid y a 300 de Barcelona, de muy fácil llegada en los trenes AVE de Renfe.

Carcasona posee un doble recinto concéntrico de murallas y 52 torres y es una urbe bulliciosa, con comercios de artesanías y restaurantes que cocinan el típico guiso cassoulet, compañero del frutado vino de la región.

En sus adoquinadas calles perduran las huellas de los cátaros, a quienes sus fieles llamaban “buenos hombres” y “hombres perfectos”.

Dentro de su restaurada ciudadela está el Castillo Condal del siglo XIII y la Basílica de San Nazario, antigua Catedral de Carcasona (que en el siglo XIX cedió ese título a la Iglesia de Saint Michel), una basílica que el Papa Urbano II consagró sobre las ruinas de un templo carolingio.

Si bien su estilo original fue el Románico, con el tiempo su nave y su campanario incorporaron elemento del Gótico, como las gárgolas que le agregó el arquitecto Eugene Viollet le Duc, una restauración que fue tan criticada como aplaudida.

El País Cátaro también encierra misterios, como el que se cierne sobre el pueblo de Rennes-le-Chateau, de apenas 100 habitantes, que estuvo poblado desde el año 4.000 a.C., y que soportó las guerras herejes y fue parte del Camino de Santiago.

El misterio comenzó en 1885, cuando llegó el Abad Bérenger Saunière, quién al comenzar la restauración de la vieja iglesia, a la que encontró en ruinas, habría hallado en un pilar hueco del Altar Mayor pergaminos con valiosa información que sólo compartió con el clero. Se dice que, de haberse difundido, hubieran tambaleado los cimientos del catolicismo.

Lo cierto es que luego de ese hallazgo, monarcas, nobles y poderosos señores comenzaron a frecuentar Carcasona y que también fluyó mucho dinero para la iglesia, a la vez que creció el patrimonio del Abad.

Otros dicen que encontró el plano de un tesoro, escondido allí por los templarios, los cátaros o los visigodos. El secreto sólo lo sabía él y Marie, su gobernanta, pero extrañamente ambos murieron de sendas y repentinas apoplejías que les impidieron hablar.

Es raro que en la entrada de la Iglesia de la Magdalena el Abad haya puesto en latín la frase “Este lugar es terrible”, y que un Demonio Asmodeo --guardián de los secretos-- lleve un altar religioso. Y es curioso que uno de los personajes del Código Da Vinci se llame Saunière.

En la década del ’60 del siglo pasado la codicia por encontrar el presunto tesoro atrajo a nativos y foráneos, que excavaron las tierras del País Cátaro, una fiebre que, luego de cinco años, el gobierno de Francia prohibió. Los pobladores aún narran historias sobre este misterio, que cada vez son más grandes y menos creíbles. Pero que el mundo del turismo consume.