Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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El archipiélago San Blas, en Panamá

El archipiélago panameño es uno de los últimos paraísos terrenales. Los aborígenes del lugar son tan guerreros como artistas pintando sus cuerpos.
El archipiélago San Blas, en Panamá. Turismo. La Nueva. Bahía Blanca

Corina Canale

corinacanale@yahoo.com.ar

Tal vez porque fueron desterrados de la colombiana Sierra Nevada de Santa Marta, en la mitad de siglo XIX, este pueblo aborigen para el que la tierra es la Gran Madre, se levantó en armas en 1925 para defenderla.

Ese año, cuando el gobierno de Panamá pretendió someterlos a las costumbres occidentales, ellos protagonizaron la Revolución de Tule y proclamaron la República de Tule, de efímera existencia, ya que firmaron un Acuerdo de Paz desistiendo de esa independencia a cambio de cierta autonomía y del respeto a su lengua y tradiciones.

El archipiélago, que los españoles bautizaron San Blas, como el santo protector de la garganta, es uno de los más bellos y salvajes del planeta.

Los guerreros guna, antes llamados kuna, ocupan una franja de costa caribeña al norte del istmo y al este del Canal de Panamá, la Comarca Guna Yala, frente a la cual hay 378 islas e islotes. Sólo 80 de ellas están habitadas por una población estimada en 50 mil aborígenes.

Cuentan que cierto día, un jefe de la etnia vio en la portada de una revista la foto de un indio guna, y de inmediato la región autónoma estableció un impuesto de entrada a la Comarca Guna Yala, donde hay control de documentos y un pago por cada foto a un poblador.

Los guna creen que si los extraños “se llevan los minerales los árboles se secarán y crecerán menos”, lo que demuestra su lealtad al cuidado del medio ambiente.

También protegen la selva de empresas madereras y mineras y prohíben la construcción de grandes hoteles de cemento.

En las islas turísticas, donde los guna cazan y pescan, hay chozas de bambú con pisos de arena y un farol a pilas, ya que los generadores proveen sólo tres horas de luz.

La comida no es lo mejor de las islas, pero con buenas capturas hay sabrosas langostas, calamares y mejillones.

Las mujeres de la etnia son las depositarias de costumbres y tradiciones y la ropa que usan, las joyas y la belleza reflejan el bienestar de la familia.

El aro en la nariz, los collares de monedas, los anillos y los brazaletes, todo de oro, es parte del atuendo diario. Aún siguen la vieja costumbre de envolver muñecas y tobillos con pulseras --las winis-- para que se afinen, porque en su cultura es símbolo de belleza.

Extrañamente, desde su nacimiento hasta la pubertad, a las jóvenes se las llama por un apodo; recién reciben su nombre cuando comienzan a transitar el camino hacia la adultez.

Las “molas”, que las mujeres hacen con telas de algodón de colores, que sobreponen unas con otras, son de las más sofisticadas artesanías de América Latina. Se aplican en blusas y polleras y son de motivos abstractos, diseños geométricos o figuras de animales y plantas.

Así como son valientes guerreros, en tiempos de paz los guna son amables y hábiles pescadores, que gozan del ocio contemplativo desde sus infaltables hamacas, el objeto familiar más venerado. Tanto, que las bodas se realizan alrededor de ellas.

La economía de la comarca, además del turismo, se apoya en la cosecha de cocos, que los nativos venden a los barcos que pasan. Conviene pedirle a “ibe orgun”, el dios de los guna, que ninguno caiga sobre la cabeza de los “wagas”, es decir de nosotros, los extraños.