Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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¿Más de lo mismo?

Escribe Luis Tarullo

Guardadas en el freezer las dos grandes protestas que se avecinaban, el gobierno puso manos a la obra para ganar todo el tiempo posible y mantener congelada la situación aun después de las elecciones y más allá también.

A las organizaciones que agrupan a ciudadanos desocupados y cobijados por planes sociales les garantizó que continuarán esas ayudas en todas sus variantes para tratar de mantenerlas alejadas de las calles.

Y ante la CGT accedió a conversar sobre un abanico de temas que forman parte de la batería de argumentos que enarbolan los sindicalistas para justificar sus acciones de protesta, que en lo que va del año incluyeron dos movilizaciones masivas y un paro general, con dispares resultados.

La conversación contempla un raid de reuniones y visitas protocolares, obviamente con lectura política, aunque en rigor de verdad en esta primera instancia, muy preliminar, el balance es más promesas que resultados. De todas maneras, la neutralización de una eventual huelga de por sí ya es favorable para ambas partes.

Por escuálido que sea, al gobierno no le conviene un paro en vísperas del turno electoral legislativo, y a la CGT se le estaba haciendo el campo orégano para dar a luz otra huelga, habida cuenta las profundas diferencias intestinas que se quieren disimular a toda costa.

Después de un amplio período de supuestas relaciones frías, donde hubo intercambio de munición gruesa hasta con términos pesados como “mafia”, hubo visitas con saludos cordiales y sonrisas y el compromiso de buscar consenso en los temas espinosos que afectan al mundo del trabajo.

Dos audiencias consecutivas con el ministro de Trabajo, Jorge Triaca Junior, una de ellas en la sede de la CGT, tuvieron sobre la mesa las cuestiones del empleo en negro, las obras sociales y la posible reforma laboral, entre otras.

En este punto Triaca les aseguró a los gremialistas que no habrá una reforma “a la brasileña”, o sea que no se impondrá una flexibilidad excesiva. Pero tampoco firma ninguna garantía en ese sentido.

Por omisión -aunque lo ha explicitado en otras circunstancias- dejó nuevamente abierta entonces la puerta a la reforma de convenios de manera individual, por sindicato o actividad, como ha ocurrido en el caso de los petroleros.

Además, en la reunión en la CGT hubo otro ingrediente para hacerla más amena: la inclusión de los flamantes superintendente de Servicios de Salud, Sandro Taricco, y viceministro de Trabajo, Horacio Pitrau.

Aunque ya son conocidos de los dirigentes, el gesto suma al armisticio firmado entre el gobierno y la grey sindical.

Ahora bien, la tregua está garantizada hasta las elecciones legislativas. Se presume que luego hay un período de reacomodamiento a partir de la nueva conformación del Congreso Nacional.

Y enseguida viene la etapa estival, en la que reverdecen los reclamos de las organizaciones sociales, en consonancia con las fiestas, pero no aptas para las protestas masivas y conjuntas de los sindicatos tradicionales, con lo cual la CGT deberá analizar concienzudamente los pasos a seguir.

Y en paralelo los dirigentes deben resolver otro dilema, como es su reorganización interna. El triunvirato no es para toda la vida. Dicen ellos que la designación de la conducción tripartita fue por cuatro años, pero sabido es que siempre es transitoria y que ya hubo varios cortocircuitos que casi provocan incendios.

Recientemente, por no ir demasiado atrás, fuertes chisporroteos se dieron por la decisión de ir o no a un paro o, hace pocos días, en términos político-partidarios, cuando Pablo Moyano llamó a votar por Cristina Fernández o Sergio Massa; Héctor Daer dejó su postura implícita en favor de CFK; Juan Carlos Schmid dijo que votaría a Florencio Randazzo y Carlos Acuña se mantuvo por Massa.

Sin embargo, hay algo que atañe a todas las partes. Se cumplirán dos años del actual gobierno y para entonces ya deberán quedar archivadas muchas justificaciones relacionadas con la herencia recibida de la administración anterior.

Pero sobre todo, se impone que las mesas llamadas “de diálogo” tendidas como hasta ahora no sean solamente más de lo mismo. Desde que retornó la democracia en 1983 la mayoría de las fotos tienen los mismos ángulos, las mismas caras de circunstancia, los mismos epígrafes y en algunos casos hasta los mismos protagonistas, por increíble que parezca. Y en las mesas se despliegan las mismas promesas. Mientras, a lo largo y a lo ancho del país siguen, como desde entonces, reinando -y en algunos casos hasta creciendo- casi todos los mismos problemas.