Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Ante una jugada clave

Escribe Miguel A. R. Donadío

El ajedrez político pone a prueba la inteligencia partidaria de la coalición Cambiemos y la coloca ante la encrucijada de una jugada clave para su proyecto político en el armado de las futuras candidaturas: “conciliábulos desde el pináculo del poder o democracia partidaria”.

Varios errores no forzados del oficialismo han complicado la posibilidad de aglutinar una masa crítica que apuntale definitivamente la idea central del proyecto Cambiemos. A fuer de ser sinceros, esta idea todavía está lejos de conformar una mayoría electoral que la haga sustentable en el tiempo.

Hay decisiones políticas que tienen revancha y pueden sortearse. Otras que tuercen el rumbo de una manera drástica que impiden retomar el camino satisfactoriamente. Este armado electoral puede ser crucial para cimentar la gobernabilidad y potenciar las aspiraciones del elenco gobernante en 2019.  

El inicial decreto presidencial para nombrar ministros en la Corte Suprema de Justicia de la Nación no es un tema que haya herido la susceptibilidad de una parte importante del electorado y pudo sortearse exitosamente. En cambio, el tema tarifario fue un yerro que provocó un cimbronazo de proporciones en las capas medias y bajas del electorado que son las que conforman mayoría.

Esos errores tienen un defecto matricial. Se toman con una visión gerencial a ultranza desde escritorios del poder muy alejados de las percepciones que vivencian las bases ciudadanas en sus hogares y fruto de debates raquíticos. La vida del poder no es la vida del llano. Armar listas con una sola lapicera tiene esa matriz autoritaria que nos lleva a mal puerto. En vez de aglutinarnos, nos atomiza.

Confeccionar candidaturas al estilo kirchnerista, aún con buenos modales, o sea desde los escritorios del poder, es seguir no es cambiar, todo lo contrario del principal postulado de la coalición Cambiemos.

Estamos ante una decisión política de esas que puede marcar un destino inexorable como lo fue la quema del cajón de Herminio Iglesias más lejos en el tiempo o la candidatura de Aníbal Fernández en 2015. Puede no tener retorno electoral. Tiene una visión cortoplacista.

Que los partidos políticos propalan un hedor fuerte a naftalina no es ningún descubrimiento. Que están totalmente desconectados de la vida real, encerrados en sí mismo, dominados por estructuras verticalistas, etc., tampoco.

El oscuro financiamiento de las campañas políticas los mantiene en un estado de putrefacción que con armados cerrados y sin vida interna no podrán purificarse.

Ahora, persistir en formas antidemocráticas en una coalición que se llamó a romper con las lógicas nefastas del pasado es un sinsentido que puede hacer caer con mucha facilidad el inestable castillo electoral de 2015. La mayoría de las elecciones del mundo se están definiendo por ínfimos porcentuales. Cualquier detalle puede resultar definitorio.

Es cierto que la vida partidaria de las coaliciones gobernantes suele resultar altamente compleja pero que esa complejidad la manejen algunos iluminados a espaldas de competencias partidarias que den mayor intensidad a la democracia interna de los partidos es el germen de la defunción

Cambiemos tiene una oportunidad histórica de convertirse en una coalición de gobierno vigorosa y con una musculatura política triunfante que marque el rumbo definitivo de un país cuya inestabilidad está siempre latente. Eso se logra únicamente a través del impulso de elecciones internas y no como se olfatea presionando para que no ocurran.

El debate de ideas y candidatos en las bases de un partido político es una receta óptima para la regeneración de una democracia que hace rato perdió el rumbo. Cambiemos prometió eso y mucho más. Oponerse a que la participación interna sea poca e intrascendente es una perversión intrínseca de la esencia democrática de los partidos políticos.

El partido que genere mayor oxigenación competitiva tendrá mejores chances futuras.

A esta altura del almanaque está bien claro que los personalismos no son sinónimo de organizaciones democráticas saludables y sustentables; y lo peor es que las destruyen, como ocurrió con la AFA. Personalismos y eternidad en el poder son el mejor ejemplo de la decadencia de cualquier organización.

O convertimos las candidaturas en una cuestión de democracia partidaria o seguimos como si fuera una cuestión de cuarteles militares. Que ningún iluminado nos venga a convencer a los argentinos que esas prácticas castrenses nos llevan a la reorganización nacional.

La democracia como cultura es una de las mayores carencias de nuestra sociedad.