Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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De changuitos y bolsillos flacos

El hombre, no demasiado pretencioso a sus 52 años, husmeó por cada una de las góndolas y quedó perplejo.

"Andá vos a comprar... De paso caes en la realidad", lo había mandado la “patrona” al Súper. Harta, quizas, de los ceños fruncidos y los gestos adustos de su marido cada vez que ella retornaba de hacer las compras.

“¡80 pesos una docena de facturas! ¡49 un desodorante en aerosol común y silvestre! ¡62 por un puñadito de almendras! ¡45 un tarrito de dulce de leche!¡65 el Malbec más pedorro! Estamos todos locos”, tiró, derrotado, el hombre de la casa, mientras hurgaba en una bolsa de material reciclable que pareció inmensa frente a tan escaso contenido.

Es que había cambiado las facturas por unas masitas de chocolate, de esas que tienen el nombre de un ex presidente de los Estados Unidos, a 9,90.

El desodorante en aerosol terminó siendo uno en barrita, de tercera marca, a 26 pesos.

Las almendras, todo un lujo, no terminaron en nueces ni en avellanas. Apenas en una mezcla de maníes y pasas de uva. A 22 mangos.

Con el dulce de leche, ¡jamás! Allí no transó. Aunque una marca desconocidísima se le ofrecía “sacando pecho” a 28 pesos.

Y el Malbec... “Una botellita de Terma, de 23 pesos, bien puede adaptarse a una cena”, se dijo a sí mismo, con un conformismo desolador.

En definitiva, de los 301 pesos iniciales que hubiera abonado por esos cinco productos terminó pagando 125,90. Mucho menos que la mitad. O sea, una erogación más adecuada a su bolsillo de empleado administrativo, con un salario que apenas supera los 18.000 pesos.

Su autoestima, entonces, cayó de pronto en desgracia.

Y el sentido de pertenecer a esa franja de ciudadano de segunda se le hizo más carne aún cuando, al llegar a su casa, se topó no sólo con la ironía de su mujer. Sino con la nueva factura de gas, la cuota societaria para que “la nena juegue al hockey”, la patente que llegó de ARBA y con el llamado de la mamá, de 70 y pico, porque “ya no tiene más médico de cabecera del PAMI”.

Una historia real. Nimia. Instrascendente.

Pero con una sobredosis de realidad francamente angustiosa.