Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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"Las Lilas": el voluntariado que da sentido a la vida

Un grupo de mujeres se dedica a contener a las mamás de bebés prematuros que se alojan en la residencia situada en el piso superior del servicio de Neonatología del Hospital Penna.
"Las Lilas": el voluntariado que da sentido a la vida. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

Cecilia Corradetti

Ccorradetti@lanueva.com

Marta Pilotti de Molaro es la voluntaria más antigua de Neonatología del Hospital Penna: lleva 16 años prestándoles la “oreja” y ayudando a las miles y miles de mamás de bebés prematuros, la mayoría sin recursos, que pasan año tras año por la residencia del servicio durante un número incierto de días.

Así y todo, con un largo recorrido en este lugar donde a veces reina la alegría y también la “oscuridad”, no deja de sorprenderse.

“El otro día le pregunté a una mamá muy joven por qué se bañaba tanto ¡A cada rato se estaba bañando! Me respondió que en su casa sólo tiene un fuentón”, recuerda Marta, en una de las tantas anécdotas que cosechó a través del tiempo.

Otra adolescente primeriza ni siquiera contaba con dinero para el micro. “Quería permanecer acá... ¿dónde iba a estar mejor? Además me decía que ni siquiera de su propia madre había recibido tanto cariño”, exclama Marta, consciente de que las chicas están “de paso y hay que darles lo mejor”.

Estos son solo algunos de los casos que se viven a diario en el piso superior del lugar donde sus hijitos se recuperan en incubadoras. Allí encontraron un lugar que es mucho más que contención pura: es donde pueden descansar confortablemente, alimentarse, distenderse, higienizarse...

Un lugar, también, donde reciben un ajuar y hasta charlas sobre cómo proceder con su bebé prematuro, además del consejo que tal vez nunca antes les dieron.

Junto con Marta, ocho voluntarias forman un equipo denominado “Las Lilas”.

La residencia es algo así como el “orgullo” de todas, aunque su tarea se extiende también al lactario, sala de partos, consultorio de alto riesgo y Maternidad propiamente dicha.

Durante 40 años Norma Solé se desempeñó como asistente educacional. Llegó la jubilación y la necesidad de hacer algo por los demás.

“Era 2012 y justo surgió el primer curso del voluntariado del área materno-neonatal. No lo dudé y hoy somos el primer voluntariado especializado en el área. Fue muy enriquecedor”, evoca.

Desde hace algunos años este servicio responde al modelo de “Maternidad segura y centrada en la familia”, que apunta a una apertura a los afectos para que los bebés se recuperen lo antes posible.

“Es cierto, damos muchísimo, pero recibimos más todavía. Nunca sabemos a qué hora nos retiramos. Cada una de nosotras tiene su motivación pero todas coincidimos en lo difícil que resulta para las mamás sobrellevar un bebé con dificultades en medio de grandes necesidades económicas. Acá se pueden palpar las situaciones más variadas”, reflexiona.

Para Norma, el apoyo familiar es fundamental. “Nosotros tenemos una responsabilidad, un horario y nuestra tarea no es remunerada. Sin esa ayuda de los maridos o hijos no podríamos”, señala.

Marta acota: “Cuando me anoté corría el riesgo de recibir reproches. Pero de inmediato me dijeron que siguiera adelante con la idea. Lo valoro todos los días”. De lunes a jueves Marta es “fija”. Y el ropero es casi de su propiedad.

“Es increíble, pero cuando pienso que ya no quedan mantitas o saquitos, ahí es cuando aparece la providencia”, expresa, para agregar que colabora la Iglesia San Pantaleón –que reúne ropa de bebé durante las misas de la dulce espera--; el taller Laura Vicuña de María Auxiliadora; Club de Leones de Ingeniero White y numerosos particulares.

Ha corrido agua debajo del puente, sostiene Marta, y trae a la memoria el primer día de su voluntariado en la residencia.

“¡Claro! Las mamás permanecían solas, nadie estaba para acompañarlas, organizarlas... No me aceptaron con facilidad. Volvía a casa llorando casi siempre, pero al día siguiente me levantaba y acá estaba”, recuerda.

Una tarde decidió elaborar una torta. “Pensé que sería una manera de sentirme bienvenida y así terminó siendo, pero eso sí: de a poco”, relata.

“A veces traía una linda lectura sobre lactancia materna. Muchas se entusiasmaban, pero también solían decirme que eran pavadas, hasta me han llegado a insultar. Nunca me di por vencida porque respetamos las individualidades y sabemos que cada cual tiene su mochila, su historia”, resume.

Días “sagrados”

Silvia Prieto también es abuela, pero los días del voluntariado son “sagrados”.

No sólo colabora con Neonatología: martes y jueves también visita las áreas de Maternidad y de Partos, donde asesora sobre documentos de identidad para los recién nacidos.

Acompaña a las mamás al lactario, a las ecografías y a los estudios para detectar si los bebés oyen adecuadamente.

“Empezamos muchas y quedamos menos, pero todas con un gran sentido de la responsabilidad. Somos un equipo unido y respetado. Todos los días me llevo historias gratificantes, algunas alegres, otras no tanto, pero nada es en vano”, expresa.

Es que la pobreza, la promiscuidad y el embarazo adolescente van de la mano en este lugar. “Es difícil sortear el día a día pero a la vez estamos de pie y eso es lo importante. Hay mamás más abiertas, pero otras son reservadas, temerosas, tímidas...”, enumera.

Raquel Monasterio también es una mujer “todo-terreno”. Hace algunos años perdió a su esposo y se sintió perdida.

Meses después, el tiempo no le alcanzaba: es una activa voluntaria del Penna y también de la Asociación de Ayuda al Diabético (ABADI).

“Uno se siente útil, porque acá la tarea nunca termina”, reflexiona.

Silvina Benítez se enteró del voluntariado a través de una nota periodística. “Tenía tiempo disponible para dedicarme a ayudar”, rememora.

Así fue que se decidió a dictar los lunes “nociones de crianza”.

“No es fácil llegar a la casa con un bebé prematuro”, fundamenta.