Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Tres mujeres que traspasaron barreras y lograron estudiar

Carolina Martínez, mujer trans, deseaba estudiar pero las puertas se le cerraban; Irma Magallanes, empleada doméstica y mamá de 7 hijas, no encontraba el espacio. Para Blanca Gutiérrez, de 74, una cuenta pendiente.
Junto al director del secundario de Adultos, Rubén Quevedo, estas alumnas ejemplares demostraron que querer es poder.

Carolina / “Hoy puedo mirar a las personas a los ojos”

Debió correr “mucha agua debajo del puente” para que Carolina Martínez pudiera convertirse en la mujer que hoy afirma ser: segura de sí misma y bien “plantada” en la sociedad.

A sus 45 años, y más allá de los muchos de dolor que acumuló hasta el día en que logró su DNI femenino, hace justamente cinco años, advierte que a partir de aquel inolvidable episodio su vida dio un giro para siempre.

Porque su nuevo documento, además de permitirle “mirar a las personas a los ojos y con la frente bien alta”, tal como lo asegura con una sonrisa, le abrió puertas a un nuevo mundo: el del estudio.

--Carolina ¿Qué le ha dejado el hecho de poder concluir el secundario?

--Me dio valor, herramientas, acompañamiento, humanismo ¡Lo valoro tanto! Me ha hecho sentir segura. Venía vapuleada y, de repente, me sentí respetada, valorada. En el colegio jamás me han discriminado. Se preocupaban y me llamaban si, por algún motivo, no asistía. Las autoridades y los docentes fueron un verdadero lujo.

--¿Constituía un tema pendiente?

--Sí. No pude estudiar antes debido a varios motivos. Muchos años milité en la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTA); luego estuve enferma y más tarde en situación de calle. Pero, además, no tenía el DNI con mi identidad actual. Me llamaban por mi nombre anterior y era muy doloroso. Fue así que un día me propuse que cuando tuviera el documento finalizaría el secundario como Carolina Isabella Martínez. Así fue que me decidí y me anoté en el CENS 451, Darregueira 446.

--¿Qué le dejó la experiencia?

--Insisto, mucha seguridad, fruto del acompañamiento y el cariño de todo un equipo. Eso me impulsó muchísimo. Me alegra saber que hoy rige el programa “Ellas hacen” destinado a personas en situación de vulnerabilidad social y económica. Seguramente otros estudiantes en condiciones parecidas podrán cumplir el mismo sueño.

--¿Le gustaría avanzar en un terciario?

--Sí, pero por ahora no tengo los medios económicos. Psicología Social, mi carrera favorita, se estudia en institutos privados. Tal vez algún día...

--¿La sociedad se equivoca al pensar que una mujer trans está ligada a las drogas y la prostitución?

--Claro que se equivoca. Seguramente muchas atravesamos esa situación en algún momento, pero también algunas hemos logrado crecer como personas y dejar de lado esa actividad.

--¿Cómo fue su caso?

--Aprendí a diferenciar el día de la noche. Sufrí diferentes tipos de violencia: física, psicológica, maltrato policial, de los clientes, exposición al frío, a los riesgos de contagio... Hoy estoy orgullosa porque pude superar esa etapa.

--¿Cómo lo logró?

--En gran parte gracias a mi trabajo en la oficina de Políticas de Género del municipio. Allí estamos llevando a cabo un relevamiento de las personas trans en la ciudad e impulsando su cupo laboral. En Bahía viven aproximadamente 30 personas trans.

--¿Se sostiene económicamente con el sueldo de la municipalidad?

--Sí. No me sobra nada, pero tampoco me falta. Como dice mi mamá, “más vale comer pan con amor y no pollo con dolor”.

--¿Cómo es su vida hoy?

--Como la de cualquier mujer que trabaja, alquila su departamento y vive tranquila y sin dar explicaciones. Hay que eliminar prejuicios. Mi casa es mi hogar y estoy feliz.

“Desde chica no encajaba”

Para Carolina, cada ser humano siente de diferente manera. En su caso, según cuenta, su cuerpo no condice con su psiquis. “Mi identidad de género es femenina. Me siento una mujer. Una mujer trans”, aclara.

Desde los 5 años, en su Salta natal, sentía que no encajaba en la sociedad y menos aún en la escuela.

“Ya en el jardín de infantes tenía problemas. Iba y venía con psicopedagogos. Mis padres estaban preocupados”, recuerda.

Escondida, a los 15 años se probó la primera pollera. “La exclusión genera un gran dolor y todo se transforma en tabú”, reflexiona.

Dos años más tarde se radicó en Bahía Blanca casi por casualidad.

“Como toda persona del interior, soñaba con las `luces' de la ciudad. Llegué primero a Carhué y más tarde a esta ciudad, donde me construí”, cuenta.

“¿Cuándo y cómo? Fue cuando logré comenzar a luchar por mi identidad y reflejar en el espejo lo que era y soy por dentro. Cometí errores, me inyecté siliconas industriales. Por entonces no había asesoramiento y yo quería feminizar mi cuerpo de manera rápida y económica”, detalla.

Insiste en que todo lo “malo” que sucedió en su vida, en definitiva la ayudó a ser quien es.

“Trabajaba en prostitución porque pensaba que era la única opción, pero no renegaba de eso. Pasaron los años y me di cuenta que no era mi elección. Y así comencé a militar por nuestros derechos”, señala.

La discriminación, tal como detalla, es constante, aunque a partir de esos grandes cambios de reconocimiento a la identidad, se dio un paso “enorme”: “Desde tener el DNI hasta que me atiendan amablemente en un negocio. La sociedad va camino a naturalizarlo”.

Irma / “Estudiar me hizo bien al alma”

Nada ha sido fácil en la vida de Irma Magallanes, una empleada doméstica de 54 años, madre de siete hijas y con todas las carencias económicas que uno pueda imaginarse.

“Soy pobre”, advierte, para justificar su humilde hogar de la calle 2º Paunero al 1700, en un extenso pasillo donde vive hace más de 30 años.

De inmediato exhibe las fotos de las “nenas”: Marilin, Claudia, Andrea, Cintia, Rocío, Triana y Victoria y de sus nueve nietos, esos chiquitos que le alegran la vida.

Desde muy joven, estudiar estuvo entre sus prioridades. Era una chica inteligente y “despierta”.

“Pero cuando creía que me ‘comía al mundo, el mundo me comía a mí’”, grafica, entre mate y mate, mientras cuenta que buena parte de su vida la transcurrió, poco después, embarazada.

Nacida en la zona de Cabildo y criada en Bahía Blanca, añoró ser bioquímica y llegar lejos.

“Pero mi madre no me dejó. Me anoté en dactilografía y corte y confección, esos típicos cursos de la época que debíamos cumplir las mujeres”, se resigna.

Así, apenas halló el momento, se inscribió para cursar la secundaria, que pudo finalizar a fin del año pasado con las mejores calificaciones.

“Demoré un año más. En el medio, una de mis mellizas sufrió un serio problema de salud”, aclara. Así y todo, decidió seguir adelante, sin prisa ni pausa.

“Estudiar me hizo bien al alma. Yo, que toda la vida había estado entre ollas y pañales, descubrí un mundo maravilloso”, confiesa.

Alejada de la idea de convertirse en bioquímica, hoy piensa en un futuro como grafóloga científica.

“A distancia”, se esperanza, mientras recuerda la inolvidable mañana en que recibió su diploma.

“Fue un gran paso y además –reflexiona-- fue el ejemplo que le pude dejar a mis hijas, a mis nietos, porque demostré que, simplemente, se puede”.

Blanca / “El secundario

me cambió la vida”

Aunque en colegios y ciudades diferentes, Blanca Gutiérrez cuenta con orgullo que cursa el 2º año “B” de la secundaria en el CENS Nº 451: igual que Carla, su nieta de 14.

“¡Las dos en el mismo nivel!”, reitera sonriente esta coqueta abuela de 74 años, escolta de la bandera, quien, aún hoy, se emociona cuando habla de este sueño casi cristalizado.

Se crió en una zona rural de Córdoba y cumplir con el colegio implicaba trasladarse sola a Justiciano Pose, una localidad bastante alejada. “Era muy chica y no pude”, recuerda.

Desde ese momento estudiar se transformó en una necesidad.

“Comenzó a reinar en mí unos deseos enormes de progresar”, relata, mientras exhibe su boletín perfecto y sus trabajos prácticos impecables, en folio y con ilustraciones.

A lo largo de su vida completó los más diversos cursos: informática, secretariado jurídico, peluquería, corte y confección. Trabajó de administrativa y en un registro civil.

“Pero nada lograba llenar ese vacío. Me pesaba en el alma no haber cursado el secundario”, insiste.

Casada con “el mejor compañero del mundo”, Blanca quedó viuda muy joven con tres niños muy pequeños. Comenzó, así, a transitar los años más difíciles de su vida.

“Trabajé mucho con la convicción de darles estudio. Hoy puedo decir con orgullo que lo he logrado. Mis hijos son todos profesionales, fue la promesa que le hice a mi esposo antes de que partiera”, rememora.

Tres años atrás, durante un encuentro familiar, su hermano menor la entusiasmó para que se anotara en ese secundario que tanto anhelaba.

“Me preguntó cómo podía ser que con tanta vocación no me decidiera a anotarme. Yo misma empecé a preguntarme por qué no me decidía”, evoca.

Y agrega: “Llegué a casa y me puse a buscar el colegio adecuado, el más cercano”.

Fue así que se anotó en el CENS Nº 451 y empezó a cumplir con las clases, los exámenes. “¡Empecé con todo y me encanta!”, exclama.

“Me atendió el director, con una calidez humana que jamás olvidaré, al igual que todos y cada uno de los profesores. Para mí nada fue fácil, no soy bahiense, pero aquella bienvenida me alentó muchísimo”, relata.

Jubilada, añora el momento de recibir el diploma, en diciembre, para poder continuar en la misma senda.

“Estoy muy bien de salud y no descarto una carrera terciaria. El estudio representa una verdadera terapia y un tiempo de mi existencia sumamente valioso. Simplemente --concluye-- me ha cambiado la vida”.