Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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29 de mayo de 1852: El Acuerdo de San Nicolás

López y Planes, creador de la letra del Himno Nacional era un porteño que se definía a sí mismo como “ni unitario ni federal”. Al momento de plantearse la organización constitucional del país es un hombre de casi 60 años y ha desplegado una extensa y multifacética carrera política. Tras Caseros, retorna a los primeros planos… pero el destino de los bonaerenses tomará otros rumbos que prescindirán de su figura.
29 de mayo de 1852: El Acuerdo de San Nicolás. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

Ricardo de Titto / Especial para “La Nueva.”

   Tras derrotar a Rosas en la batalla de Caseros el entrerriano Justo José de Urquiza se establece en la casona del Restaurador de Palermo. El 4 de febrero de 1852 recibe allí a una comisión integrada por diplomáticos extranjeros y personajes destacados del medio local. Vicente López y Planes, uno de los visitantes, es designado gobernador provisorio de Buenos Aires.

   Desde los tiempos previos a la Revolución de Mayo es un respetado hombre público: ha sido hombre afín a la Logia Lautaro de Alvear, secretario de Pueyrredón, presidente provisorio cuando renunció Rivadavia en los años 20 y presidente del Superior Tribunal de Justicia bajo Rosas. También, en 1837, integró el Salón Literario de Marcos Sastre, Juan María Gutiérrez, Esteban Echeverría y Juan B. Alberdi.

   Como persona ajena a las pasiones del período de guerra civil, es un hombre potable y respetado para dirigir un período de transición. Los ministros designados son los doctores Valentín Alsina, Luis J. de la Peña, Benjamín Gorostiaga, Vicente F. López y el general Manuel Escalada. El primero de ellos, muy pronto, emergerá como una figura sobresaliente.

Urquiza y el rojo punzó

   Estaba previsto que el 19 de febrero ingresaran a Buenos Aires las tropas del Ejército Grande pero una lluvia torrencial postergó el desfile para el día siguiente, casualmente el día de aniversario de la batalla de Ituzaingó. Urquiza se pasea por la calle Perú al mando de su caballería entrerriana montado en un hermoso caballo y luciendo adornos de oro y plata.

   Un escozor recorre a la multitud cuando aprecia que el general, en lugar de llevar un bicornio plumado, calza un sombrero de copa con un visible cintillo punzó. ¿Es que sólo se ha cambiado de dictador? es la pregunta que flota en el ambiente. Al llegar a la Plaza de la Victoria –la actual Plaza de Mayo−, en lugar de ocupar un lugar en el palco aledaño a la Catedral, Urquiza permanece a caballo, junto a la Recova, muy distante de López y Planes, sus ministros, los miembros de la Cámara de Justicia y otros dignatarios bonaerenses.

Una eclosión periodística anuncia que los nuevos tiempos no serán sencillos. El padre Castañeda, La Avispa, La Camelia y El Torito, que promete “palos de ciego a quien no camine derecho”, azuzan a los provincianos que están en el Ejército y los convocan a la rebeldía; Los Debates de Mitre y El Nacional de Vélez Sarsfield llaman a Buenos Aires a jugar su tradicional papel de “hermana mayor”.

   Los Debates es heredero de El Agente Comercial que el 6 de febrero anunció: “ha caído el tirano más ominoso de los siglos”. El gobierno encabezado por el poeta López, desde las páginas de El Progreso, intenta defender una propuesta de unificación pacífica.

Se reúnen los firmantes del Pacto Federal

   El 6 de abril se reúnen las provincias signatarias del Pacto Federal, en vigencia desde 1831. Urquiza y Benjamín Virasoro, representantes de Entre Ríos y Corrientes, Manuel Leiva de Santa Fe y López de Buenos Aires, firman el Protocolo de Palermo.

   Vistos los pronunciamientos del interior, acuerdan delegar las relaciones exteriores en Urquiza –primera vez que la tarea no se delega en un gobernador bonaerense– hasta que se reúna un congreso general. Se dispone además integrar la Comisión Representativa que establecía el Pacto y convocarla en Santa Fe.

   La convocatoria a elecciones para a Legislatura calienta el ambiente político, tanto en la ciudad como en la provincia de Buenos Aires. Entra acusaciones de fraude, triunfan el obispo Manuel Escalada y el coronel Bartolomé Mitre.

   Las aspiraciones de Valentín Alsina, un antiguo rivadaviano, que ganaba popularidad entre los bonaerenses, fueron cortadas de raíz por Urquiza que sostuvo firmemente a López como gobernador.

   El entrerriano tuvo un momentáneo éxito: el 1 de mayo de 1852 la Sala de Representantes eligió a López por 33 votos sobre 38.

   Pero la Legislatura bonaerense se distancia de Urquiza. El diputado Francisco Pico propone otorgar a Urquiza “un voto de gracias al Libertador” que se trocó en un mero “voto de gracias”.

   El 5 de mayo, en reunión con un grupo de notables, Urquiza logró acuerdos para sentar las bases de un pacto interprovincial. La redacción de un protocolo quedó a cargo de Pico y de Dalmacio Vélez Sarsfield, otro hombre que, en los años anteriores, había sabido congeniar con Rosas.

El Acuerdo de San Nicolás

   El texto redactado sirvió como punto de partida para la reunión de gobernadores que se celebra en San Nicolás de los Arroyos, desde el 29 de mayo. La participación de Vicente López provoca una crisis en el gobierno bonaerense.

   López designa gobernador designa sustituto al general Manuel G. Pinto lo que provoca el alejamiento de Alsina, que se disgusta porque sentía que ese lugar le correspondía: la cartera de Alsina es ocupada por Juan María Gutiérrez.

   Diez gobernadores llegaron a la reunión convocada en el norte de Buenos Aires. Catamarca delegó su representación en Urquiza y las provincias de Córdoba, Salta y Jujuy, envueltas en conflictos internos, no participaron.

   Entre los personajes más destacados estuvieron Domingo Crespo, gobernador de Santa Fe, Nazario Benavides, de San Juan, Pedro S. Segura, el gobernador de Mendoza que había sido destituido por Rosas en 1847 y reconquistó el poder después de Caseros y Bernardo de Irigoyen, inspirador del federalismo.

   Vicente López y Planes concurrió sin el apoyo pleno de su legislatura y sin mandato. Por su lado Urquiza, que inauguró las sesiones, se negó a participar en los debates.

   En sólo dos días el documento de acuerdo estuvo listo. Redactado por López, Pujol, Pico y Leiva se firmó el 31 de mayo y estableció las condiciones para convocar y reunir a un Congreso General Constituyente con arreglo a los pactos preexistentes y el voto unánime de las provincias.

   El texto declara la plena vigencia del Pacto Federal –la estructura institucional que dio sostén al rosismo–, al que se le da jerarquía de Ley de la nación, subraya las necesidades de subordinar los intereses provinciales a los de la nación y de construir un Ejército nacional integrando las fuerzas locales. Por su texto son abolidos los derechos de tránsito.

   Se determina que el encargado de las relaciones exteriores debía organizar la Asamblea magna –que se instalará en agosto en Santa Fe–, pagar las dietas de los diputados, inaugurar las sesiones y promulgar la Ley Fundamental y las leyes orgánicas que reglamentaran su práctica.

   El cuerpo quedaría inmediatamente disuelto luego de elegir a las nuevas autoridades nacionales. Así, Urquiza es investido del cargo de “director provisorio de la Confederación Argentina”, con facultades para garantizar la paz, asegurar las fronteras, defender la República de “cualquier pretensión extranjera”, comandar al nuevo ejército, administrar correos y caminos públicos, reglamentar la navegabilidad de los ríos interiores y nombrar, para tareas de asesoramiento, un Consejo de Estado.

   El Acuerdo, que es homologado por las tres provincias ausentes, convierte a Urquiza en un árbitro nacional con autoridad para intervenir en conflictos interprovinciales e incluso problemas internos a una provincia.

   El 14 de junio Vicente López reasume la gobernación y, dado que es el único que no pudo votar en San Nicolás, envía de inmediato el texto a la legislatura y solicita su pronunciamiento.

   La representación igualitaria en el futuro Congreso que se integrará rigurosamente con dos constituyentes por provincia –que deja de lado la tradicional preponderancia de Buenos Aires proporcional a su número de habitantes usado en 1816 y 1824− y la determinación de que cada provincia pagaría los gastos de la administración nacional de acuerdo al producto de sus aduanas –que traslada a los porteños la mayor carga– son dos temas que Vicente López sabe que serán resistidos por los partidos porteños. No se equivoca.

El rechazo de Buenos Aires, la secesión

   En el nuevo hervidero político que era Buenos Aires, diversos sectores que habían confluido conformando un bloque bajo el régimen rosista, encuentran oportunidad de expresarse como grupos independientes, delineando su propia personalidad y programa.

   Detrás de Rosas se habían encolumnado tanto quienes lo veían como un representante nacional como los que por medio de la dictadura afirmaban la hegemonía porteña y se daba la extraña situación de que apoyaran a la Confederación grupos ideológicamente enfrentados.

   Tampoco los “unitarios” tenían una política en común: había entre ellos “rivadavianos” doctrinarios, otros decididamente liberales y también muchos honestos federales enfrentados a los métodos dictatoriales que se habían sentido traicionados por Rosas.

   Éstos últimos conforman una tendencia que, ante el Acuerdo de San Nicolás, sostiene la incorporación de Buenos Aires a la Confederación y entre ellos están López y Planes y su hijo Vicente Fidel López, Hilario Lagos, Juan María Gutiérrez, Francisco Pico y el tucumano Marcos Paz.

   La oposición a Urquiza encuentra dos canales de opinión. Uno lo lidera Bartolomé Mitre y es de tendencia “nacionalista” o sea, favorable a la organización constitucional y a la instalación de un gobierno federal, aunque estableciendo una clara preeminencia para Buenos Aires.

   Con los “nacionales” se encolumnan Sarmiento, Vélez Sarsfield y Rufino de Elizalde.

   La otra corriente, decididamente antiurquicista, tiene como líder a Valentín Alsina y derivará en la formación del “Partido Autonomista” dirigido por su hijo Adolfo Alsina. Sus principales referentes son Carlos Tejedor, José Mármol y Pastor Obligado. Para ellos, Urquiza es una especie de Rosas reencarnado.

   Estos dos últimos grupos confluirán en el partido “liberal”, una alianza que sostendrá a Buenos Aires durante una década. El acuerdo es rechazado el 6 de junio y el 23, López renuncia.

   Mitre desde las páginas de Los Debates denuncia que el país puede volver a ser “víctima de una nueva tiranía” y restringe los problemas argentinos a “los excesos de los caudillos sanguinarios que han oprimido y ensangrentado la República”.

   Habrá algunos meses de forcejeos políticos y militares hasta que, el 11 de septiembre, fuerzas militares bonaerenses ocupan la Plaza Mayor. Diez días después Buenos Aires inaugura su primavera: desconoce al Congreso Constituyente y retira los poderes otorgados a Urquiza para iniciar un camino distinto y autónomo del resto del país.

   Poco después Valentín Alsina es designado gobernador de Buenos Aires y Mitre es su ministro de Gobierno y jefe de las Fuerzas Armadas. Un gobierno que se dice “nacionalista” pero, a la vez, es “autonómico”.

   Mientras estos sucesos maduraban y Buenos Aires iniciaba una década de independencia política, el resto del país discute y aprueba una Constitución y designará a Urquiza como presidente de la República o Confederación Argentina.