Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Una noche de otoño en Bahía Blanca

Una noche de otoño en Bahía Blanca. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

Estaba abrazado a un árbol.

—¿Qué le pasó? —le pregunté.

—Me fui de casa —me dijo.

César me dijo muchas cosas más camino al hospital: “Mi hija vive por acá, está casada con un abogado”, “mi hijo es policía” y “perdón” unas 1.500 veces durante esas 5 cuadras.

Eran las 11 de la noche. Salí a buscar una Coca y ahí estaba. Abrazado a un árbol aunque me aseguraba que sólo había tomado 2 “vasitos” de cerveza.

Mientras el hombre que había sacado a hacer pis a su perrito se alejaba con un miedo inexcusable, decidí que alguien se tenía que hacer cargo de César. Y la única posibilidad de César era yo.

—¿Tiene celular?

—No.

—¿Documentos?

—No.

—Bueno llamo al...

—No por favor no llames a nadie que me van a retar.

—Bueno, vamos al hospital.

—Ahí sí. Perdoname.

—Vamos, yo también algún día tomé bastante. Vamos.

En el camino me dijo 2 apellidos, aunque siempre mantuvo que se llamaba César.

Llegamos.

—Sentate por acá César.

Sale una médica. Le cuento. No hay caso, no lo atenderá si no hago la cola en la ventanilla.

—Mirá, me lo encontré en la calle... —le digo a la chica de la ventanilla a la que apenas veo. Un vidrio muy sucio no me dejaba saber bien quién me hablaba por un intercomunicador. El miedo inexcusable, otra vez cerca.

—Pero ¿él quiere atenderse?

—Sí, quiere atenderse.

—Agarrá la silla de ruedas y entralo.

—Dale.

Le digo a César que se suba. Doy la vuelta y lo dejo.

—Te lo recomiendo —le digo a la chica.

—No te hagas problema. Tomá tu Coca.

Salgo del hospital: un poco preocupado, un poco satisfecho por haberme ocupado de César. Un poco enojado con el enojo inexcusable.

No lo hice por él. Tampoco por mí.