Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Un vínculo zombi

Buuu… ¡Terror! ¡Miedo! ¡Horror! ¡Oscuridad! ¡Espanto! ¡Muerte! Objetos desaparecen, puertas que se abren, risas extrañas. ¡Suspenso! ¡Ansiedad y estrés! ¡Gritos! ¡Pesadillas!

¡Mi querido lector no se sugestione! No salga corriendo a asegurar ventanas, no pasa nada o tal vez sí.

Si quisiera escribir una columna de terror una serie de elementos deberían estar presentes: atmósfera inquietante, oscura y tenebrosa que envuelva el relato; objetos misteriosos, perturbadores. Debería ingeniármelas para detallar una serie de sonidos para movilizar aún más las emociones para lograr esos puntos de quiebre entre el estado de concentración y el de pánico. Tendría que describir un escenario aterrador con efectos mágicos e inexplicables. El factor sorpresa no podría estar ausente, si fuera predecible no lograría que usted salte de la silla. Protagonistas con una fuerza maléfica manifestada a través de monstruos, animales, momias, aunque en los últimos tiempos están de moda los zombis, cualquiera sea su forma el personaje en cuestión tiene siempre una debilidad. ¡Seguramente usted ya salió corriendo a buscar el crucifijo!

¡No se asuste! ¡No huya! Ya pasó, relájese, o tal vez no. El tema de hoy es: separados bajo el mismo techo. ¿Hay vínculos zombis?

La separación o el divorcio son procesos mediante los cuales se disuelve una relación y más allá de los motivos comienza una nueva etapa, con duelos breves o extensos surgen otros proyectos y la posibilidad de vincularse con otras personas, la ausencia de hijos facilita el asunto y tal como diría mi abuela “taza, taza cada uno a su casa”.

Si bien la tasa de divorcios ha crecido en los últimos años, se advierte la presencia de un nuevo formato que a simple vista pareciera una con-vivencia, aunque es un mero cohabitar fundamentando en la “con-veniencia”.

Las razones por las que una pareja separada sigue compartiendo el mismo techo son variadas: el factor económico es clave, pues si bien ninguno de los integrantes quiere sostener el vínculo emocional los recursos no alcanzan para una segunda vivienda o un alquiler. Así hay una rutina con división de tareas, espacios y horarios, y el nido de amor se convierte en una especie de pensión o cárcel, porque si bien cada uno hace lo que quiere la independencia es a medias, no hay posibilidad de entablar nuevos vínculos y la intimidad es anulada.

Si el factor de permanecer bajo el mismo techo es emocional, resulta aún más complejo. A veces la presencia de hijos pequeños condiciona la decisión de la separación; en el afán por no perjudicarlos se finge una foto familiar feliz, si bien los vínculos están rotos, así solo se enseña a mentir y simular. Explicar que el amor muta, y que dos seres adultos buscarán ser felices porque la relación expiró dejando en claro que la separación no implica divorciarse de los hijos es una forma de enseñarles a enfrentar y resolver conflictos.

El otro factor, y tal vez el más cobarde, es no perder comodidades, rutinas y repartir bienes, una vez alguien en la consulta expresó: “si me separo pierdo el auto y debo subir otra vez al bondi…”. ¡De terror!

Permanecer separado bajo el mismo techo, ese intento por tener lo mejor de dos mundos siempre es una pérdida, es un escenario oscuro, en el que es difícil sostener acuerdos y en algún momento el otro se convierte en un monstruo; las puertas crujen porque están entreabiertas: suspenso para dos vidas.

Cerrar un ciclo como una puerta permite abrir proyectos más dichosos, se requiere de valentía y madurez para terminar con el estado zombi: o se lo resucita o se le da sepultura.