Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Desear, querer, poder

Mi querido lector, en este domingo frío tome una hoja de papel y un lápiz, le propongo hacer una serie de combinaciones entre desear, querer y poder.

¡Manos a la obra! Está el que desea, pero no quiere; el que desea, pero no puede; a su vez algunos quieren, pero no desean y otros quieren, pero no pueden. No es un juego de palabras, es real; habrá quien puede, pero no desea y quien puede, pero no quiere.

¡Sí! Seguramente está pensando en esa gata tan popular que va del grito al llanto y del llanto al grito.

¿Querer es poder? ¿Se trivializan los deseos?

En los últimos años circulan varias ideas, mezcla de conceptos que oscilan entre lo místico y lo motivacional, y ya sea en la puerta de la heladera, en la pared del escritorio o algún espejo, las imágenes enuncian la casa de “mis sueños”, el trabajo ideal, la pareja entre palmeras y un mar de fondo; frases y fotos plasman proyectos.

Invocar a Dios, al universo, a energías, combinado con música zen, aromas diversos y hasta el infaltable “palo santo”, se convierten en rituales para la visualización y concreción de deseos.

Tal vez usted adhiera a estas creencias, pero le aseguro que la cuestión entre desear, querer y poder es mucho más compleja.

¿La razón aniquila los deseos? ¿Sin deseos no hay potencia?

Indagar en la mente conlleva a la supremacía de la razón y el análisis, sumergirse en el inconsciente, y casi como una embestida, enfrenta a percepciones y pasiones. Desde los antiguos griegos a la actualidad se reivindica la idea de felicidad como consecuencia del dominio de las pasiones más primitivas.

El concepto de deseo es central para el Psicoanálisis. Frivolizado, se lo confunde con el querer y en lo discursivo se lo considera similar. El deseo tiene como condición la pérdida o disminución de un goce; desear y querer no son sinónimos, el deseo va más allá; implica la postergación de lo que se ambiciona: para que haya deseo se debe partir de la falta de goce.

A su vez hay una distancia insalvable que se la intenta anular con el pensamiento mágico “querer es poder”. Querer, que no es lo mismo que amar, implica pretensión de algo; y el poder es el juego de distintas fuerzas para concretar deseos, es la acción en sí misma movilizada para convertirlo en realidad.

El instinto, impetuoso, como en una batalla, emerge y en ocasiones se sale de control para lograr aquello que se desea; a veces producto de la educación recibida, de creencias paralizantes, se piensa y hasta en exceso, para no desear; según Slavoj Zizek una forma de legitimar el padecimiento.

Negar los deseos, “rumiar” pensamientos monótonos, conformistas, conservadores, son el resultado de un proceso de racionalización mediante el cual la persona se desresponsabiliza de decisiones y justifica los miedos; miedo a sentir, miedo a desear, miedo a…

A veces no hay palabras para enunciar el deseo, se mezcla en el decir, se desliza entre palabras, se manifiesta en todo el cuerpo. Cuando el deseo surge se siente, es una fuerza por momentos ingobernable, una fuente inagotable, oculta, secreta y hasta clandestina, que solo se realiza en la acción. El deseo habilita conjugación en tiempo presente y con presencias, los tiempos futuros o pasados son una cuestión de obsesión.

No existe mayor satisfacción, máxime luego de un tratamiento, advertir que los deseos ganan la pulseada ante los pensamientos paralizantes. Desanudar ataduras que encarcelan sentimientos, permitirse llorar y reír de uno mismo, dejar atrás etapas inertes y síntomas, sentir que muchas experiencias anteriores hoy parecen ajenas, despliegan deseos y devienen en potencia.