Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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El malón de 1837, o mejor... el día de la heroína bahiense

El 14 de agosto de 1837 al amanecer, 1.700 lanceros divididos en cuatro columnas iniciaron el ataque.
Un mapa explicativo del sistema defensivo de la Guarnición.

César Puliafito

Especial para “La Nueva.”

El 24 de agosto de 1836, un violentísimo malón aborigen estuvo a punto de destruir la Guarnición de Bahía Blanca. Solo el lúcido golpe de vista táctico del comandante Martiniano Rodríguez, y la desesperada lucha por la supervivencia de soldados, indios amigos y vecinos permitieron, a duras penas, rechazar el ataque, en lo que fue una verdadera carnicería.

Entre los caídos defendiendo la Guarnición figuraba el noble cacique araucano voroga Venancio Coñuepán, uno de los fundadores de la Fortaleza. Varios bahienses fueron cautivados, los indios raptaron a Juanita Seguel, esposa del Mayor Francisco Iturra, y a sus 2 hijos pequeños, Rosario y Pio.

Eran tiempos del 2º gobierno de Juan Manuel de Rosas. El cacique pehuenche Juan Calfucurá (oriundo de Llaima, Chile); por osadía, carisma, y conocimiento de la travesía desde los Andes al Sudoeste y Centro de la provincia, tenía ya el suficiente prestigio para ser el líder de la coalición. Aglutinaba Pehuenches, araucanos vorogas (instalados en la Argentina a partir de 1819), los ranqueles (del Centro Norte pampeano) y la reunión de trasandinos recién llegados de Chile, a los que se sumaban los caciques del Noroeste patagónico (de antiguo sustrato tehuelche). El principal objetivo que los unía era reabrir, luego de la Campaña al Desierto de 1833, las puertas de la llanura bonaerense al comercio trasandino (especialmente ganado robado), rompiendo las reglas de tráfico comercial que Rosas había encomendado a los aliados vorogas como tapón al ingreso de grupos trasandinos al territorio bonaerense.

Calfucurá ya había barrido a los caciques aliados a Rosas establecidos en la región (Rondeau, Alón, y el propio Coñuepan). De ese modo eliminaba oponentes, se apropiaba de caballos y ganado y de sus familias. Los más afectados fueron los araucanos vorogas, que intentaron desesperadamente escapar a las guarniciones de frontera del Gobierno.

Es así, que el 13 de agosto de 1837 llegaron a Bahía Blanca el capitanejo Nicolás y el indio Felipe, ambos vorogas de la tribu del desaparecido cacique Venancio, y unos pocos dispersos de la de Alón. Venían para dar aviso que los coaligados se disponían a atacar la localidad. Otros vorogas que intentaron pasar el cerco fueron degollados por los de Calfucurá. El aviso fue de vital importancia para preparar la defensa del Fuerte y el caserío, que se sostenía en el “sistema defensivo” de las barrancas del curso del Napostá y los Zanjones de Rosas. La guarnición estaba limitada en caballos, por lo que Martiniano no podría sostener el esfuerzo del combate con la caballería como era habitual.

De esa manera, para proteger a los vecinos y sus bienes, Martiniano no se encerró en el Fuerte. Sacó 5 piezas de artillería de la fortificación y conformó piquetes de infantería para cubrir los accesos principales al poblado en los vados del Napostá y pasos de los zanjones. A la caballería la dejó como reserva para empeñarla en los puntos donde proviniera el eje principal del ataque enemigo o la defensa se viera superada. Los cañones de los baluartes de la Fortaleza protegerían con su ruidoso y mínimo poder de fuego a las fuerzas desplegadas.

Según lo anunciado por Nicolás y Felipe, el 14 de agosto de 1837 al amanecer, 1.700 lanceros divididos en 4 columnas iniciaron el ataque. Su número duplicaba al de la Guarnición. El asalto inicial fue contenido en distintos puntos. De cualquier forma las guerrillas y entreveros se sucedieron durante todo el día. Al atardecer, Martiniano preparó un señuelo para atraer a una de las divisiones aborígenes seguramente la del Paso de las Vacas (actual calle Don Bosco y Canal Maldonado); la infantería fingió un repliegue hacia la Fortaleza y, los indios, envalentonados, ingresaron al dispositivo e hicieron una carga a fondo contra la caballería que apoyaba la fingida retirada. De esa forma, los indios quedaron expuestos al fuego de los cañones de los bastiones del Fuerte y de los que se habían sacado afuera.