Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Todos deben aprender la lección

El proyecto de ley sobre Ganancias aprobado finalmente en trámite récord por la Cámara de Diputados el jueves por la tarde restablece algo de racionalidad en la escena política de los últimos días del año. Y despeja, entre otros aspectos que habrá que destacar, el temor que existía entre los empresarios que ya tienen inversiones en el país, y entre aquellos que evaluaban hacerlo a partir del tan mentado cambio de clima que se generó por el paso de un sistema autoritario de gobierno a otro más democrático, con sus más y sus menos.

Es decir que la mirada de mediano y largo plazo para los hombres de negocios, un dato que era destacado ese mismo día por un ministro político del gabinete, se ha repuesto tras semanas de absoluta incertidumbre.

El costado puramente político de la sanción de la ley deja mucha tela para cortar, algunas incógnitas de cara a un año fundamental desde el punto de vista electoral -por el escenario que surgirá tras los comicios de octubre y su correlato con las primeras especulaciones hacia lo que podría ocurrir en 2019- pero en especial una gran verdad: todos deberán aprender la lección.

Antes de avanzar cabría decir que hay otro elemento que no es menor que deja como resultado esta larga saga que se coronó el jueves: devolvería al escenario la sensación de gobernabilidad del sistema que le permitió a Cambiemos llevar adelante la gestión durante sus primeros once meses en el ejercicio del poder.

¿Ganó Macri? ¿Ganó Massa? ¿Fue empate? ¿Ganaron todos? ¿Perdieron todos? Según el cristal con que se mire, o la camiseta que se lleve puesta, se hallarán las respuestas que conformarán el gusto de los que interrogan. Pero hay una frase que engloba y que pinta de cuerpo entero el panorama, pronunciada en medio de la sesión del miércoles cuando el Senado le dio media sanción y la remitió a Diputados. Le pertenece a Federico Pinedo: "Creo que de los dos lados nos fuimos a la banquina", reflexionó el senador.

Hay algunas señales que deben ser reflejadas para una más amplia mirada. La ley que sancionó Diputados con el previsible rechazo del kirchnerismo duro está a mitad de camino entre aquella que, con un timming de principiante, Macri intentó imponerle a un Congreso donde no tiene mayorías, y encima con la directiva de que no se le tocara una coma al texto. Y el elefantiásico proyecto de Massa y Kicillof que ponía en riesgo casi hasta la extenuación las cuentas fiscales de la Nación y las provincias.

En el gobierno dicen que su yerro fue "necesario" porque era el pago que la oposición le había exigido para aprobarle el Presupuesto 2017, tal como lo reconoció sin sonrojarse Margarita Stolbizer. De ser así, se entiende que el presidente sólo quería cumplir su parte y mandar el proyecto, pero con ninguna intención de que se tratase y menos de que pudiera obtener sanción.

Del otro lado nadie lo suscribe pero ni falta que hace: la ley, tal como fue planteada por el líder del FR y el exministro de Economía de Cristina, apenas si perseguía el propósito de complicarle la vida a Macri y ponerlo a parir de cara a sus urgencias electorales del año que viene. Por ejemplo reponer impuestos que habían sido quitados cuando se votó la llamada Ley de Leyes. De allí aquel pánico de inversores actuales y potenciales a futuro.

Un dato curioso: la nueva ley reconoce los reclamos que planteó la CGT y que ninguno de los otros dos proyectos contemplaba. Como la elevación del piso sobre el que se aplica el impuesto, que permitirá que medio millón de trabajadores queden excluidos del gravamen, o la exención de ingresos adicionales como horas extras y feriados, entre otros. Ya lo dijo Rodolfo Daer: "no se entiende por qué no nos llamaron antes para negociar y evitarse todo este problema".

Como sea, el Gobierno no había llamado previamente a la CGT, como tampoco Massa y su socio ocasional kirchnerista lo habían hecho. De vuelta: a Macri no le interesaba el proyecto, a punto tal que la directiva inicial a Prat Gay fue que lo preparase para enviarlo a las sesiones ordinarias de marzo. Y el tigrense derrapó en su intento por hacerle daño al presidente y de paso posicionarse dentro de la dura interna que se viene en el peronismo para encontrar un nuevo liderazgo. Lo de Kicillof apenas se disimula: la orden de su jefa es intentar desestabilizar al Gobierno a como dé lugar.

La misma pregunta de por qué el gobierno y la oposición massismo-kirchnerismo no buscaron primero el consenso con la central obrera, si efectivamente aspiraban a lograr una nueva ley sobre Ganancias, es pertinente para el caso de los gobernadores. Peronistas, radicales o independientes.

El líder del Frente Renovador los ignoró porque decididamente no formaban parte de sus preocupaciones. El Gobierno les dio arte y parte cuando el incendio comenzaba a descontrolarse y Rogelio Frigerio tuvo que sentarlos a casi todos a la mesa de su despacho.

Si se pone oídos a los funcionarios del Gobierno, Macri se anotó una victoria. Evitó que Massa se saliese con la suya. Aunque en el camino haya tenido que ceder mucho más que lo que cedía en aquel primer proyecto de Prat Gay. La mitad del costo fiscal para las provincias de la nueva ley lo pagara la Nación, vía ATN, para más datos.