Bahía Blanca | Jueves, 02 de mayo

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Vivero de Pehuen Co, la alternativa a la playa y el trabajo duro de su gente

Es un sitio privilegiado con una propuesta atractiva tanto para el turista como para el residente, gracias a la dedicación y esfuerzo diario de su personal.

Fotos: Agencia Punta Alta-La Nueva.

Si el día no da para ir a la playa, Pehuen Co tiene otra opción: visitar el Vivero Municipal “Pablo Gunther Lorentz”, ubicado a casi 4 kilómetros de la rotonda de ingreso a la villa balnearia rosaleña, tomando la primera salida a la derecha por avenida Trolón.

“Recibimos visitantes mañana y tarde, pero los días fríos acá se forma una fila larga de autos”, cuenta el encargado del vivero, Cristian Sebeca; aunque admite que este año la temporada estival en la localidad “arrancó tranquila”.

Cristian, de 45 años, nació y se crio en Pehuen Co. Después se mudó a Bahía Blanca, y mientras estudiaba para ser ingeniero agrónomo, la Universidad Nacional del Sur lo recomendó para estar al frente del proyecto de reactivación del Vivero Municipal, encarado en 2005 durante la primera intendencia de Néstor Hugo Starc.

De cero

“Acá, no había nada más que una almaciguera, una farola y una perforación de agua. La oficina, el galpón y la estructura para cobrar la levantamos nosotros”, explica.

El invernadero principal que se usa para la producción de todas las especies que tiene el vivero se construyó hace más de una década gracias a un subsidio del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, un aporte estatal fundamental que en el contexto político actual parece impensado. Los otros invernaderos son más nuevos y también los construyeron entre ellos. Y son nada más que seis personas.

“Ahora, hay doce farolas, siete perforaciones, placita con juegos, baños... Empezamos de cero y verlo así te da gusto. Esto es un monstruo de grande. Y el trabajo está a la vista”, continúa Sebeca, que vive a unos 300 metros de su trabajo, con su mujer Claudia, también empleada del vivero.

“Te tiene que gustar, si no es duro —reflexiona—. Tenés tranquilidad, paz, calidad de vida. Me despierto con el ruido del mar. Pero también es un rubro muy demandante. Llevo 19 años acá”

En verano está abierto todos los días, de 9 a 12 y de 17 a 20, excepto los domingos que sólo atienden en el horario matutino.

Cuenta que en la época fría, el trabajo exige arrancar al amanecer con la producción de gajos, la poda y el armado de almácigos. En cambio, “en temporada es riego, algún trasplante, desmalezado en lo posible y mucho de atención al público”.

También dice que están atrasados con la producción porque el último temporal de lluvia y viento que afectó a la zona a mediados de diciembre les robó unos diez días.

“Se cayeron árboles y ramas grandes, pero por suerte no hubo daños graves en las estructuras. El problema fue que estuvimos diez días sin energía eléctrica, que es lo que hace funcionar el riego. Fue un caos, pero lo pudimos completar”, relata.

De una

“Refrescó, ¿vamos al vivero?”, es la clásica propuesta. Ocupando casi una hectárea de bosque, da la posibilidad a los turistas de desconectarse en un entorno apacible, silencioso, multicolor y en el que se respira un abanico de aromas que va de flores, pinos y eucaliptos, a tierra húmeda y brisa del mar. Todo ese combo tiene un efecto relajante inmediato.

Los sitios favoritos de los visitantes son “el puente” sobre un pequeño estanque donde crecen plantas acuáticas, el invernadero de exposición para la venta, el “deck del sapo”, donde hay una un banco de plaza y una fuente, y el monte de árboles frutales.

El vivero lleva el nombre del botánico alemán del siglo XIX, Paul Gunther Lorentz, quien se naturalizó argentino y acá se dedicó a la docencia, la investigación y la expedición científica. Es considerado un precursor en los estudios fitogeográficos de nuestro país.